Fermín Bocos – «Good bye Lenin»


MADRID, 10 (OTR/PRESS)

En política los símbolos son tan importantes o más que el propio mensaje. Bien lo sabían los manifestantes ucranianos que derribaron una estatua de Lenin que todavía se erguía en el centro de Kiev. La multitud enfurecida protestaba y pedía la dimisión del presidente Yanukovich porque el Gobierno ha congelado el proceso de acercamiento a la Unión Europea, virando hacia la órbita de Moscú.

Ucrania es un país complejo cuya población está dividida entre quienes nada quieren saber del pasado que durante siglos les unió a Rusia -de hecho, Rusia es una emanación de la «Rus de Kiev»- y quienes, por ser el ruso su lengua materna y no dominar el ucranio no ven con malos ojos reanudar lazos con la antigua «Madre Rusia».

Pese a esta división, unos y otros tienen en común un recuerdo terrible, ominoso: el genocidio (una feroz hambruna provocada) perpetrado en tiempos de Stalin contra millones de campesinos ucranianos refractarios a la abolición de la propiedad y a las colectivizaciones decretadas por el régimen comunista.

Algunos historiadores cifran en ocho millones el número de víctimas. Todavía no hace un siglo de aquello. Más cercana está la fecha de la explosión de la central nuclear de Chernobyl, otro desastre inevitablemente unido a la memoria del régimen comunista simbolizado en la figura de su arquitecto principal: Lenin.
Bajo las fotos que reflejan el derribo de la estatua del autócrata se leen acotaciones que remiten a los hechos concretos de la protesta contra el Gobierno actual de Ucrania, pero, conociendo algo la peripecia histórica de aquel país, tengo para mí que el acto de derribar la efigie en mármol de Lenin fue animado por algo más que el deseo de la multitud de integrarse en la UE.

Rusia ya no es un Estado soviético y como digo son muchos los lazos históricos que la unen con Ucrania, pero esa unión en la etapa comunista dejó una herida imborrable. Una huella de dolor -el genocidio- que tardará generaciones en sanar. El comunismo es una religión política en la que los individuos son obligados a sacrificarse en la esperanza (fallida) de una futura redención colectiva.

La Historia nos enseña que como sistema no puede perpetuarse en el poder sin acudir al terror. Por eso, los pueblos que lo han sufrido no quieren saber nada de sus símbolos.

Más allá de mirar hacia el Oeste y llamar a las puertas de Bruselas, lo que late en el fondo de las protestas que inundan las calles de Kiev y de otras ciudades de Ucrania es el «nunca más» a las políticas y relaciones que les recuerdan tiempos malos. Y, para que quede claro es por lo que han derribado lo que quedaba del pasado.

«Good bye Lenin».

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