MADRID, 12 (OTR/PRESS)
Cada año, con motivo del puente de la Constitución, viajo a algún lugar de España o del extranjero. El año pasado estuve en Extremadura, y éste aprovechando que los metereólogos anunciaban buen tiempo piqué billete del AVE y me fui a Barcelona, una de las ciudades más bellas y acogedoras del mundo. Donde pese a lo que diga la propaganda puedes pasear, comer, cenar, comprar sin que nadie te dé patadas en el trasero y sin tener que utilizar otro idioma que el castellano. Lástima que los políticos, enzarzados en batallas imposibles, no se den cuenta del daño que estas luchas intestinas hacen a la ciudadanía, a los comerciantes, a las relaciones entre personas y Comunidades Autónomas.
Pasear por las Ramblas, por las callejuelas del barrio gótico donde todavía se conservan las tiendas de toda la vida donde igual puedes comprar unos cuchillos maravillosos que una brocha para el afeitado ultima generación o por el Paseo de Gracia o por el puerto deportivo, es un goce para el cuerpo y para la mente.
Por eso yo les diría a todos aquellos que asocian Madrid a Ana Botella o Barcelona a Artur Mas, que hagan el esfuerzo de separar el heno de la paja y valorar las muchas cosas buenas que tiene este país, tan diverso, tan rico en cultura y lenguas.
Por eso, para comprobar con mis propios ojos si las cosas que se publican o dicen son ciertas o producto de la propaganda, me fui a Barcelona. Doy fe que de igual manera que Madrid es la ciudad donde a nadie se le pregunta de donde viene ni a donde va, en Barcelona la gente está deseosa de dar a conocer su cultura, sus edificios más emblemáticos: La Sagrada Familia, El Liceo, Casa Fuster, donde además de cenar o tomarte una copa puedes escuchar un buen concierto de jazz, en un ambiente de lo más cosmopolita; o el nuevo Lio Ibiza, en el Teatro Principal, en el que la combinación de cena, cabaret y club, es explosiva. Con una oferta de música, baile y voces tan variada, que lo habitual es que el público -de todas las edades y condiciones económicas- se sume a la fiesta sin complejos y solo con unas ganas enormes de divertirse. Ya me gustaría que tuviéramos un Lio en Madrid.
Si ya Unamuno o Pío Baroja (no recuerdo quién de los dos) decía que los nacionalismos se curan viajando, es lo que necesitarían hacer los nacionalismos extremos, viajar más, conocer a gente de todos los colores, incluso a los que no piensan como ellos, hablar de sus problemas, de sus diferencias, ya que es la única manera de acercar posiciones. Es lo que hicieron Tarradellas, Pujol, Tierno Galván, Adolfo Suárez, Felipe González, Carrillo, Fraga, y tantos otros políticos como lucharon para que en España no se vuelvan a repetir las luchas intestinas entre hermanos. Un viaje a Barcelona reconforta, tranquiliza y, sobre todo, nos dice mucho del sentido común y el respeto que se respira en esa hermosa ciudad.