Fernando Jáuregui – Choque de trenes


MADRID, 13 (OTR/PRESS)

Esta vez, parece, si nadie lo remedia, que no tendremos a Artur Mas junto al Príncipe y Rajoy viajando en la inauguración de un nuevo tramo del AVE. Dicen en la Generalitat que muy probablemente este domingo, cuando se realice el primer viaje oficial entre Barcelona y Perpignan, primera etapa hacia París, el molt honorable president no estará a bordo. Tampoco parece que vayan a estar ni el Príncipe ni Rajoy, aunque, cuando escribo estas líneas, el tema se guardaba casi como un secreto de Estado. Y es una lástima que no haya «cumbre» ferroviaria y que, en cambio, todo presagie que, insisto, si nadie lo remedia, asistamos a un choque de trenes que a ninguno conviene, desde luego, porque ¿cuándo y a quién conviene que dos locomotoras, lanzadas a toda velocidad, colisionen?

Que la línea de alta velocidad vaya a unir Barcelona con la capital francesa me parece una obra pública de la suficiente envergadura como para que, como ocurrió en otras ocasiones con motivo del primer «vuelo terrestre» del tren modelo hacia un nuevo destino, los vagones se llenen de autoridades. Puede que a usted, querido lector, le parezca este un tema menor, dada la magnitud del abismo que se está abriendo entre las instancias oficiales «de Madrid» y las de Barcelona, que no -espero_ entre los catalanes y el resto de los españoles. Pero hay cosas que son todo un síntoma, y esta es una de ellas.
Vaya por delante que, en este diferendo, y no siendo yo ni catalán ni siquiera nacionalista, mis simpatías están más de lado de la firmeza de Rajoy que de las ocurrencias de Artur Mas y de quien dicen que es su persona de confianza, el portavoz Homs. Ni siquiera estoy seguro de que todos en el Govern, y menos aún en Convergencia, y menos aún en Unió, compartan ni la redacción de la(s) pregunta(s) que quieren someter a la consulta secesionista ni el espíritu de revancha, acompañado de seminarios simplemente ridículos, que solamente la torpeza del lado de acá magnifica, que la anima. La pregunta no hay quien la entienda, en su duplicidad redundante, y el seminario que ha servido de marco al anuncio de esta pregunta y de la fecha en la que se celebrará -o no, que diría Rajoy- la consulta, ha sido de lo más pedestre; qué quiere que le diga, pero comparar a Ortega y Gasset con Primo de Rivera no es propio de historiador que se precie de serlo y de serio. Y eso ha ocurrido en el desdichado seminario, que no ha sido sino una panfletada independentista, se haya presentado como se haya presentado; al fin y al cabo, en Cataluña las cosas nunca se expresan, desde el lado oficial, como realmente son: todo se maquilla.
Pero también debo decir que Rajoy «manca finezza», que diría un diplomático vaticano. El presidente está alejándose cada día más del estadista que necesitamos. Bien, bravo, por su firmeza a la hora de prometer que no se celebrará la consulta, pero y ahora ¿qué? Pues claro que habrá que negociar con la Generalitat. Pues claro que, a lo mejor, convendría cambiar la Constitución y, si me apura usted, pues claro que tal vez el Estado debería negociar, con quien encarna el poder político en Cataluña -y la representación del Estado, aunque a él no le guste-, la celebración de una consulta que, no lo dude usted, Mas perdería por goleada. Como los independentistas escoceses -que sí, que la cosa tiene bastante que ver con Cataluña- van a perder su referéndum. Como lo perdieron en Quebec y en… Mire usted: separar un pedazo de una nación para adentrarse en el proceloso mar de lo desconocido tiene su aquel, y me parece que ni los empresarios, ni los butiguers, ni la inmensa clase media profesional catalana lo ven demasiado claro. Y menos aún cuando Hollande, Merkel, Van Rompuy, Durao Barroso y quién sabe si hasta Obama -a Estados Unidos le interese un país estratégico como España unido y fuerte- podrían hacer sutiles apreciaciones públicas acerca del riesgo que supondría la desmembración de una parte del Estado.
Lo que pasa es que los dioses, cuando quieren perder a los hombres, primero los ciegan. Y a veces da la impresión de que los dos maquinistas, sabiendo que circulan, en sentido contrario, por la misma vía, gritan «más madera» y ponen sus locomotoras a punto para la colisión, aunque ellos perezcan en el intento. Y ya no hablemos del resto del pasaje.
Como me niego a pensar que ellos -ya digo: Mas, más- propicien tamaño desatino, tiendo a pensar que alguno frenará a última hora. O cambiará de vía. Y, entonces, podremos saludarnos al pasar el otro tren, sabiendo que, en alguna estación acogedora, podremos encontrarnos. ¿Por qué, entonces, no tomar el AVE juntos, si lo que queremos ambos es acortar el tiempo de viaje a París?

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