Rafael Torres – ¿España contra España?


MADRID, 13 (OTR/PRESS)

¿España contra Catalunya? ¿Catalunya contra España? ¿España contra España?… Poco o nada importa el enunciado que se le ponga si la realidad que esconde lleva el suyo propio: España contra los españoles. Y no de ahora, sino de siempre, sólo que ahora, que la derecha más montaraz vuelve a patrimonializar a calzón quitado el nombre de la patria, y la patria misma, el ensañamiento se antoja insoportable.
Cualquiera puede darse cuenta de que nadie querría irse de España, ni los catalanes, si en ésta gobernara la decencia, la justicia, el respeto al ciudadano, la democracia, la libertad, el decoro, la igualdad, el talento y la cordura. Lamentablemente, lo que rige en ella, lo que la secuestra y la desfigura hasta dejarla irreconocible para sus hijos, es el latrocinio, la jeta, la sirla institucional, la inseguridad jurídica, el nepotismo, el amiguismo, el caciquismo, el clientelismo, la ignorancia, la arbitrariedad, el clasismo más repugnante, la persecución de la inteligencia, la mendacidad, el covachuelismo y la mordida. ¿Quién no querría, si pudiera, irse, siquiera en busca de esa otra España mítica, amable, utópica, que devolviera el amor que se le profesara?

Se atreve Rajoy a hablar de la Constitución, él que tanto conculca sus principios y sus designios, para blandirla como coco, como detente-bala, contra el siroco catalán independentista. ¿De qué Constitución habla? ¿De qué blindadas Sagradas Escrituras? ¿De las que un político incapaz como Rodríguez Zapatero pudo modificar, presionado por los gorilas de la usura internacional, para que las deudas de los ricos las pagaran lo pobres?

Rajoy coge la Constitución, pues leerla no creo que se la haya leído nunca, y no encuentra en ella ningún mandato a los poderes públicos para que no consientan que los españoles pasen hambre, ni frío porque no puedan pagar el recibo-atraco de la luz, pero sí, al parecer, el dogma que impide a los españoles consultarse a sí mismos y responderse lo que les de la gana.
Aquí no hay más pleito que el que, unilateralmente, provoca el uso y el abuso de España, de la palabra y de la cosa, por quienes poco la aman. Nadie querría marcharse, corriendo como alma que lleva el diablo, si España fuera lo que debiera ser, la suma libre, feliz, de grado, de todos y cada uno de los españoles.

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