Francisco Muro de Iscar – Lo que celebramos de verdad


MADRID, 22 (OTR/PRESS)

Seguramente conviene recordar que lo que celebramos estos días en todos los lugares del mundo, con luces, fiestas, regalos, viajes, comidas y cenas muy copiosas es el nacimiento de Dios, del Dios hecho hombre. (Lo digo por si alguno no se ha enterado). Pero detrás de ese misterio que llega a todos los rincones del mundo se encuentra lo importante, lo fundamental: el nacimiento del Dios niño es un cambio radical en la historia de la humanidad, es el pacto de Dios con el hombre, el fortalecimiento de los vínculos del amor, de una religión basada en la entrega total, en el amor como fuente de todo, en la igualdad y en la fraternidad de todos los ciudadanos del mundo. El artículo primero de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que ahora cumple 65 años, es profunda, esencialmente cristiano: «todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y dotados como están de razón y conciencia deben comportarse fraternalmente los unos con los otros». Cristo puro.
Estos días celebramos la vida, el derecho a la vida -también el de los no nacidos que merece, cuando menos, la misma protección que los de la madre-, el valor de la esperanza, la lucha por la igualdad entre todos los hombres, la solidaridad por los más desfavorecidos, por los parias del mundo, estén donde estén. La Navidad es un lugar central en la vida de los católicos, porque se cumple la promesa de Dios, del Dios que viene para salvar a todos, pero especialmente a los que no tienen ni derechos ni esperanza; a los que sufren, a los que tienen hambre y sed de justicia, a los enfermos, a las personas solas, a los ancianos… Hoy es la fiesta de Caritas, de Manos Unidas, de los sacerdotes que entregan su vida por los demás, de los misioneros que cuentan la buena nueva del nacimiento de un niño Dios.
Hoy celebramos la Navidad en España, pero también en todos los lugares donde el hombre sigue siendo el peor enemigo del hombre, donde se pisotean los derechos de todos los demás, donde se explota al más débil, donde se pagan salarios de miseria y la vida no vale nada. La Navidad es la esperanza de la liberación y de la justicia. La Navidad se celebra en las calles y en las cárceles, en las mejores mansiones y en las más pobres, en las casas y en las residencias de ancianos. Pero el protagonista no es un hijo de ricos o famosos sino el pobre entre los pobres. No nació en un palacio sino en un pesebre de la última cuadra del mundo. No vino para vivir como nosotros sino para estar entre los desheredados.
Junto con el Papa Francisco I tenemos que despertar en nosotros al Dios de la fraternidad, reconstruir la Iglesia de Dios y de los hombres. El nació hace dos mil años para despertar nuestra conciencia. Ahora, esta Navidad, nos toca a nosotros to0mar su mensaje de Amor y Paz y transmitírselo a los demás. Si no es así, la vida no vale nada.

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