Carlos Carnicero – Rajoy no interesa, sobre todo, cuando habla


MADRID, 21 (OTR/PRESS)

Una rueda de prensa sin límite de temas ni de tiempos debería ser el paraíso de un periodista. Claro, con una condición: que quien la convoca disponga de algo más que de un arsenal de lugares comunes, de displicencia hacia quienes asisten a ella, y del desparpajo para no concretar nada en ninguna de sus respuestas.

La rueda de prensa del presidente del Gobierno fue, sobre todo, aburrida, como es él en todas sus manifestaciones, excepto cuando habla de fútbol o de ciclismo. Dos pasiones que, probablemente, le permiten soportar su existencia monótona, aburrida y desdeñada. Carece de pasión y entiende el liderazgo como un trámite para evitar tomar decisiones comprometidas. Su desapego a sus propias disposiciones le alivia de manifestar preocupación, entusiasmo o cercanía.

Pasará a la historia por haber cumplido una sola de sus promesas electorales y haber violado reiteradamente todas las demás. La invocación de que la nueva ley del aborto, que vuelve a penalizar su práctica, salvo en contadísimas, tasadas y blindadas ocasiones, es una consecuencia de su programa electoral es un acto de cinismo insostenible para quien ha despachado todos sus incumplimientos con una remisión a su personal visión del cumplimiento del deber.

Mariano Rajoy ni siquiera se puso el uniforme de guardameta; se limitó agachar la cabeza cada vez que le disparaban una pregunta, y confiar en que no entraría en la portería. Lo único que de verdad tiene el presidente como valor cierto es su confianza en que la mayoría absoluta le blindará la legislatura con una oposición incapaz de ponerle en un aprieto. Como no se vincula a ninguna promesa -excepto a la de su programa electoral sobre el aborto- no se pone nervioso porque la policía registre la sede del partido que preside: se comprometió en el Congreso de los Diputados a la afirmación solemne de que su partido no tenía contabilidad «B», cuyas pruebas ya obran en poder del juez; pero «pelillos a la mar».

En cualquier país democrático habría tenido que salir del Gobierno por la puerta de atrás; aquí ni sabe ni contesta.

Hay infamias que cuando se consuman una vez y no producen un terremoto, garantizan su reiteración. Aquí, el ministro de Justicia dice que la nueva ley del aborto es la más progresista y no se le cae el escenario sobre la cabeza.

Aplican una nueva ley de seguridad ciudadana para protegernos de nosotros mismos y miran al tendido cuando el toro está a punto de embestir a toda la cuadrilla. Tecnología de manual que debiera enseñarse en las escuelas de ciencias políticas como la forma más vil de ejercer la representación política.

Es Navidad y manda la lotería, el turrón y los anuncios tiernos sobre una realidad que en todo caso es nostalgia.

Los españoles han aprendido rápido a interiorizar y rumiar su descontento en tertulias de los bares que todavía no han cerrado. Se asiste a los mayores dislates sobre la supuesta bondad de las medidas del Gobierno, que cacarean sus miembros como si fueran los números de la lotería, y se instala la sensación, derivada del síndrome de Estocolmo, de que tenemos que estar agradecidos a quienes nos maltratan.

Por eso Mariano Rajoy no responde a nada. Su silencio, su desdén y su habilidad para dejar que los balones se estrellen fuera, es su certificado de supervivencia.

Y, después de él, el diluvio.

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA

Lo más leído