Andrés Aberasturi – Con dolor y con rabia


MADRID, 30 (OTR/PRESS)

Son días de resúmenes. Cada medio de comunicación repasa lo ocurrido durante el año que agoniza y se recuentan por columnas los conflictos, las fortunas, los muertos y los vivos, los matrimonios y los divorcios, la vida en suma, esa sucesión de noticias pequeñas o grandes, cercanas y lejanas que se han ido sucediendo a lo largo de los últimos 365 días de este aún 2013.
Y la verdad es que el resultado es abrumador: falta espacio para tantas cosas, para tanta crisis, para tanta corrupción, para tanto parado, para tanta hambre, para tanto cierre de hospitales y escuelas, para tanto impuesto, para tanto delirio histórico, para tanta sentencia contra natura, para tanto dolor hecho carne en las víctimas del terrorismo a las que grupos de facinerosos aún les gritan «los nuestros están la calle, los vuestros en el hoyo». Y ese grito se va transmitiendo de generación en generación y son niños, críos que los corean juntos a sus padres llamando fascistas y asesinos a las víctimas de un fanatismo fascista y asesino que sigue siendo ETA y su entrono

Vivimos un tiempo infame carente de grandeza en el que todo pasa inadvertido o, lo que aun es peor, en el que todo lo que pasa es advertido pero carece de consecuencias porque la sociedad no tiene medios para expresar su cabreo sostenido. Que nadie confunda el silencio con la resignación porque ya se sabe lo peligrosa que puede llegar a ser la ira de los mansos.
Una democracia sana no puede ser otra cosa que aburrida y cuanto más grande sea el resumen de lo ocurrido durante un año, más grande será la enfermedad que padece. Nuestra política se ha acostumbrado a vivir instalada en el pensamiento débil, en la fruslería de lo cotidiano incapaz de crear un proyecto colectivo que vaya más allá de las siguientes elecciones y todos padecemos esa cicatería intelectual que nos rodea. Aquí no se habla, se chilla; aquí no se debate, se pelea; aquí sólo se pacta los que les viene a bien a ellos sin que nadie piense en nosotros. Aquí se miente a los medios -y muchos encantados de publicar mentiras- pero se miente también a los jueces y los tribunales; aquí se miente al pueblo desde la tribuna del Congreso con la misma frialdad que se miente desde el escenario de un mitin electoral. Y todos somos conscientes de las mentiras pero no pasa nada. Aquí carecen de valor los juramentos y las promesas, la palabra dada, los deseos y hasta las leyes publicadas. No se cumplen la mitad de las veces; pero no pasa nada. O sí pasa: se denuncia, se escribe, se pleitea pero todo se dilata en el tiempo, se va deshaciendo, deshilvanando hasta que termina por prescribir en la Ley o en la memoria.
Escribo esta última columna del año con dolor y con rabia. España no va bien y cabría preguntarse cuánto estamos pagando, cuánto vamos a pagar -y quiénes- por esos signos tenues que anuncian, impúdicos, el final del túnel en un país que ha vuelto a saber lo que es el hambre.

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