Siete días trepidantes – Una semana que comenzó mal y terminó… quién sabe


MADRID, 11 (OTR/PRESS)

Es obvio que la Pascua Militar al Rey le salió mal. Y, de paso a todos nosotros. Fue el inicio de una semana negativa para los intereses de la Corona, que, guste o no guste a monárquicos, republicanos, accidentalistas e indiferentes, fue también negativa, por tanto, para usted, amable lector, y para mí. Porque, si en la máxima institución del Estado las cosas no van bien, a usted y a mí no nos va a ir bien. Yo diría que, todo considerado, los frentes abiertos son demasiados. Y a mí no me gusta ver a una Infanta española reproducida en las portadas de los principales medios del mundo porque ha sido imputada por presunta corrupción. A partir de ahí, me importa poco si el peculiar abogado de la hija del Rey -no, no me refiero a Miquel Roca, sino a ese miembro de su bufete que, en sus consideraciones jurídicas, habla del amor y de la lealtad conyugal- presenta o no recurso contra la imputación: el mal, para la marca España, ya está hecho.
De la misma manera que sufre la «marca España» por las actividades, cuando menos cuestionables, de un empresario que, sorteando los dictámenes oficiales, logró el contrato del siglo para ampliar el Canal de Panamá, por donde pasarán miles de barcos, mayoritariamente norteamericanos, nada menos. Y, claro, lo que está ocurriendo en Cataluña y en el nuevo frente abierto del País Vasco pues eso: que no ayuda. Pero nada de esto es lo peor.
Lo peor, a mi entender, es la falta de explicaciones, de versiones oficiales creíbles. La perversión en los criterios sobre la manera de gobernar a los ciudadanos incluye tratar de tapar los boquetes buceando bajo las aguas, procurando que el hombre de la calle no se entere de las reparaciones para que siga ignorante de los desaguisados. Y ocurre tanto en lo que se refiere a la máxima institución del Estado como en lo tocante a las operaciones en Bilbao que condujeron a la detención de unos abogados, presuntamente cómplices de las actividades de lo que queda de ETA, sea lo que sea lo que quede, que ya no es mucho. Y no hablemos ya de los silencios sobre lo que se piensa o no hacer con la Generalitat catalana, con la que, entiendo, es imprescindible establecer contactos oficiales ya mismo.
Uno, en su optimismo inveterado, tiende siempre a pensar que, cuando el partido gobernante reúne a su cúpula en Toledo -o donde fuere- durante dos días, oficiosamente para «pensar», deben salir de ese cónclave cosas mucho más sustanciosas que si Jaime Mayor Oreja va a encabezar o no las listas «populares» para las elecciones europeas. Pero la tónica sigue siendo el silencio. Esa falta de explicaciones a fondo y de fondo, como si a los ciudadanos nada nos fuese en todo lo que nuestros representantes tratan en nuestro nombre. Admito que es posible se quiera lo mejor para nosotros. Pero, eso sí, sin nosotros.
No me resulta extraña por tanto, la desconfianza de un PNV siempre presto para desconfiar. Ni que Bildu aproveche la oportunidad para lanzarse a las calles. Ni que, en otro orden de cosas, quizá distante pero no muy distinto, Artur Mas se cuele por todas las rendijas por las que su incompetencia puede aún colarse antes de darse el gran batacazo*en nuestras espaldas.
Espero, querido lector, que no me interprete mal. Sigo creyendo mucho más en la Guardia Civil y en la Policía Nacional que en los mal llamados «abertzales» que apedrean, cuando pueden, el sistema, e incluyo aquí al molt honorable president de la Generalitat catalana. Sigo creyendo mucho más, pese a todo, en la persona que ostenta la Corona del Reino -y aún más en su descendiente- que en muchos sedicentes políticos vociferantes e incompetentes. Y, sobre todo, sigo siendo de los que prefieren que su Gobierno acierte a que se estrelle contra su propio muro, hecho de silencios y de mayorías absolutas, creo que ya falsamente absolutas. Pero creo que, quizá precisamente por todo lo antedicho, ha llegado la hora de ejercer la crítica sin paños calientes, de decir que no basta con proclamar que se aplican las recetas económicas que convienen -ojalá sea así- y que ya llegará, cuando llegue, la hora de la política.
No estoy seguro de que los del cónclave de Toledo, que los de otros cónclaves convocados por la oposición, se hayan dado cuenta. Pero esa hora de hacer política para nosotros y con nosotros ya ha llegado. No hay más que escuchar las radios, si no se quiere bajar a la calle o tomar en cuenta lo que dicen las encuestas.

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