Menudo trago. Resulta que eres el presidente de la República, que das una rueda de prensa cada seis meses y te toca la tercera del mandato con la primera dama oficial sometida en un hospital a una cura de sueño, para reponerse del ataque de melancolía que le han producido los ‘cuernos’ que le has puesto con una actriz 18 años más joven que tu y cuando medio país anda haciendo chistes sobre tus escapadas en moto y los croissants que desayunáis en la cama.
Y te animas, pensando que todo eso, por mucho que te aflija, es algo menor, que no se trata de hablar de ti sino de la nación y de la necesidad de ajustar las cuentas para sacar a Francia del hoyo.
Y te plantas en el Elíseo, ante medio millar de periodistas proclives al tuteo y convencidos de que ejercen una actividad sagrada, porque lo suyo consiste en controlar el poder y en llevar algo de alivio al débil y cierta intranquilidad al poderoso.
Poco consuelo aporta la gente de la prensa al menesteroso, pero de vez en cuento desasosiega al importante.
Y como era inevitable, la primera pregunta no tuvo que ver ni con el saneamiento del déficit ni con los 65.000 millones de recortes presupuestarios, sino con tus tórridas y clandestinas noches con la bella Julie Gayet.
Habías advertido al inicio que no responderías a cuestiones de carácter privado, pero hay que reconocer que te plantearon el tema con elegancia:
«¿Es Valérie Trierweiller todavía la primera dama?»
Tu respuesta ha sido de libro:
«Cada cual en su vida personal puede tener un momento de dificultad y ese es nuestro caso».
Después dijiste que ‘clarificaras’ todo antes de viajar a EEUU, el 11 de febrero.
No se que vas a decir, querido François Hollande, como no sea eso de que el caso es tener salud, porque las ganas llegan solas.