Fermín Bocos – Muebles viejos


MADRID, 22 (OTR/PRESS)

Hace unos cuantos años leí que Emil Ciorán decía que la primera preocupación de quien se hace con el poder (el de un Gobierno, un partido o un sindicato) era hacer desaparecer de la primera fila a quienes habían recorrido a su lado el mismo camino. Me pareció que exageraba. Hoy creo que estaba en lo cierto.
En la crónica política de estos días tenemos nombres y ejemplos. Los menciono sin otra crítica que la que pueda derivarse de la constatación de hechos. Sí el lunes (Antena 3) por boca del Presidente Mariano Rajoy nos enterábamos de que lleva meses sin hablar con José María Aznar, el martes (24 Horas ,TVE) era Juan Carlos Rodríguez Ibarra quien confesaba que también él lleva mucho tiempo sin hablar con Alfredo Pérez Rubalcaba. Y no precisamente por falta de tema de conversación. También en su día trascendió que Rodríguez Zapatero rehuía el encuentro con Felipe González. Y así le fue. A Zapatero.
Viene todo esto a cuento de la mala costumbre de los políticos de prescindir de quienes les han precedido en la encomienda o han sido compañeros de viaje y acumulan saberes que les otorgan autoridad para hablar. El poder no soporta o soporta mal que nadie se sitúe al lado y no digamos sí pretende colocarse arriba aunque sea en el escalón que apareja la experiencia.
Nadie pone en duda que es a Mariano Rajoy a quien compete trazar la hoja de ruta a seguir, pongo por caso, en relación con el desafío a la legalidad que plantea el plan soberanista anunciada por el presidente de la «Generalitat» de Cataluña, Artur Mas. Pero, aunque fuera para discrepar, estoy seguro de que no le vendría mal escuchar lo que pudiera decir José María Aznar, quien aunque hoy esté en posiciones mucho más rígidas, en su día llegó a un acuerdo con los nacionalistas y firmó con Jordi Pujol el llamado «Pacto del Majestic».
Ocho años en La Moncloa, dan claves, contactos y una visión con perspectiva histórica de las cosas. Desaprovechar esa caudal es prueba de no saber que el gobernante se refuerza cuando hace suya la energía o el talento de quienes le rodean. No digo que Rajoy deba hacer suyas las ideas de Aznar -son dos estilos muy diferentes de gobernar-.
Tampoco tendría sentido que Rubalcaba escogiera a Rodríguez Ibarra como gurú a quien consultar para culminar con éxito la travesía del desierto en la que está metido el PSOE tratando de reconciliarse con los electores que le dieron la espalda hartos de la gobernación de Zapatero. No es eso. Lo que digo es que prescindir -como quien se deshace de un mueble viejo-, de la palabra de quienes tanta experiencia política tienen es una decisión que empobrece a quien la toma y amarga a quien, por falta de visión, se deja fuera del cuadro.

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