La semana política que empieza – El antimediático Rajoy copa los medios.


MADRID, 26 (OTR/PRESS)

Que a Mariano Rajoy los periodistas no le gustamos, ni siquiera aquellos que se muestran más proclives a él, y a los que ocasionalmente invita a visitarle en La Moncloa, es un hecho probado. El presidente no entiende este negocio de la comunicación, sabe que no es mediático, creo que tiene medida su (escasa) dosis de carisma y se refugia en aquello de que es un hombre previsible -no lo es tanto- para eludir cualquier tentación de ceder un titular a los chicos de la prensa.
Ocurrió con su entrevista televisada el pasado lunes en A3, donde lo único resaltable fue lo que nunca debió decir, por aquello del respeto a otro de los poderes de Montesquieu: que la Infanta Cristina, cuya declaración inminente ante el juez provoca náuseas en La Zarzuela, es inocente, que «le irá bien». Luego tuvo una comparecencia parlamentaria destinada a no hacer historia sino entre los exégetas bíblicos y, por fin concluyó una semana muy cargada en Barcelona, donde cerró la convención del PP catalán, tan débilmente liderado por Alicia Sánchez Camacho. Pero tampoco ahí logró traspasar la barrera del sonido. Le quedan dos oportunidades.
Lo primero que hay que hacer es elogiar el hecho de que, trasladándose a Cataluña, discurseando al final de una «cumbre» del PP catalán, asegurando que, mientras él sea presidente, ni habrá referéndum ilegal ni esta autonomía será independiente, Mariano Rajoy haya agarrado el toro por los cuernos, aunque ni sepa darle muletazos al bicho, ni banderillearlo, ni usar bien el estoque, cosas todas que, en cualquier caso, están vetadas en territorio catalán. Hasta ahora, al menos. Porque ahora, Rajoy parece haberse acogido a la «vía Cameron» para tratar los asuntos relacionados con la independencia de un territorio. Es decir, cambiar las pautas fiscales y de financiación, explicar las desventajas que tendría separarse de resto del territorio nacional y utilizar la «solidaridad europea» para advertir a la Generalitat de los riesgos de quedarse sola en ese territorio de nadie en el que la UE no te ampara y el euro, tampoco.
Veremos el resultado. Porque, diga lo que diga Rajoy, y lo diga con el tono tajante con que lo diga, la verdad es que sí hay riesgo de que se produzca una consulta, ilegal, o plebiscitaria enmarañada en unas elecciones, en Cataluña. Y, aunque fuese un referéndum en urnas de cartón y sin las mínimas garantías oficiales, claro que una victoria del «sí a la independencia», aunque fuese simbólica, sería algo malo, muy malo, para los intereses de los catalanes, creo, pero también para los de todos los restantes españoles. Así que Rajoy, y todos nosotros, debe prepararse para ganar cualquier consulta, aun de cartón, que pueda producirse en territorio catalán este 2014 que ya se ve que viene lleno de nubes, pero con sus correspondientes claros.
Rajoy tiene al menos dos oportunidades inmediatas, en la convención nacional de Valladolid la semana próxima y en el próximo debate sobre el estado de la nación, para dejar de desesperarnos por su inactividad, para confirmarnos que está pasando a la ofensiva. No solamente en lo que respecta a Cataluña, claro, aunque el problema creado por su cuenta y riesgo por Artur Mas está impregnándolo casi todo. Y confío en que también escuchemos decir al líder de la oposición, Alfredo Pérez Rubalcaba, que está dispuesto a volcarse en acuerdos de alto voltaje con el Gobierno, le cueste lo que le cueste en las filas de su partido, que, de todas maneras, ya no cuenta con él como futuro candidato, me parece.
Pedirle a Rajoy que cambie, que utilice mejor los medios de comunicación, que sea más atractivo para las masas, me parece tarea inútil, que nos llevaría, por tanto, a la frustración. Exigirle otras maneras de gobernar me parece una prerrogativa de los ciudadanos. No se trata solamente de encerrarse en «cumbres» con los suyos o de escenificar un macrodebate parlamentario que, en el fondo, debe plasmar el entendimiento con Rubalcaba que parece que ya está claro en múltiples contactos telefónicos -y no solo telefónicos, seguramente-. Una vez más, es preciso insistir en que el hombre que ostenta tan considerables dosis de poder tiene que poner, ahora más que nunca, toda la carne en el asador. Yo, por mi bien, prefiero darle aún un voto de confianza al mejor Rajoy que fue a Barcelona a colocarse ante los dardos de Mas. Aunque fuese sin enseñar ese «plan» que dice que tiene para contrarrestar el ímpetu independentista del maquinista mesiánico empeñado en estrellar su tren contra las estructuras «de Madrid».

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