Rafael Torres – Lavanderas, la sombra del triunfo


MADRID, 29 (OTR/PRESS)

El triunfo de la Justicia y de la legalidad contra el plan de expropiación de la Sanidad Pública madrileña, urdido nada menos que por quienes debían ser sus custodios y garantes, no es una victoria definitiva, pues el virus de la privatización, creado en los laboratorios de puertas giratorias para infectar el patrimonio de todos y llevarlo después a «curar» a las empresas privadas, pulula aún, furioso y descontrolado, por las anfractuosidades políticas del gobierno de la Comunidad de Madrid.
Así y todo, entre quienes hoy celebran la desarticulación del plan privatizador de la Sanidad Pública, casi todo el mundo, hay un colectivo del sector a quien no le alcanzan los efectos ni los beneficios de esa victoria: el de las trabajadoras de la que fuera Lavandería Central Hospitalaria de la Comunidad de Madrid, privatizada a lo bestia hace cosa de un mes.
Se trata del escalón más humilde de la Sanidad, y por ello el más vulnerable. A sus empleadas, que dependían de la Comunidad, se les apremió a estampar su firma en una especie de harakiri social, personal y profesional: si no querían ser despedidas, habrían de aceptar más horas de trabajo por la mitad del sueldo que hasta entonces percibían. De 1.200 euros al mes, un salario modesto, a 645, que es lo que reciben hoy. Más que un sueldo, ciertamente, un insulto.
Pero no sólo sale de ahí el «ahorro» de unos 30 millones al año que vendió el infausto Lasquetty para traspasar la Lavandería a dos empresas privadas, sino, cual denuncian las lavanderas, de la propia calidad del servicio: ya no se elimina el apresto de fábrica de la ropa nueva con el correspondiente lavado, ni se emplean detergentes específicos para la función hospitalaria, sino otros, más baratos, de hostelería.
Las infortunadas lavanderas hospitalarias de Madrid han celebrado estos días, junto al personal sanitario y a los usuarios y pacientes, el triunfo de la Justicia frente a la enajenación del bien público de la Sanidad. Pero a ellas ese triunfo no les alcanza. Olvidarlas equivaldría a olvidar que no es definitiva, ni mucho menos, esa victoria.

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