No te va a gustar – Paisaje para después (y para antes) de una batalla


MADRID, 3 (OTR/PRESS)

Los ecos ya no se distinguen casi de las voces. Y es que estamos en vísperas de una confrontación electoral, la primera en muchos meses, una ausencia de urnas que se ha desaprovechado para forzar acuerdos políticos de alcance. Mariano Rajoy, este domingo en Valladolid, pidió -exigió- a la oposición que incumpla lo que a toda oposición le cumple y se le exige: le pidió que se calle. O que aplauda las reformas hechas por el Ejecutivo del PP, que tan buen resultado, piensa Rajoy, están dando.
Puede que la etapa socialista, en la que Rubalcaba fue vicepresidente, no haya sido precisamente la más fructífera de la historia reciente de nuestro país, al menos desde el punto de vista económico. Pero aquellas equivocaciones no pueden justificar estos silencios: la democracia, que es el peor sistema excluidos todos los demás, que decía Churchill, se basa precisamente en el juego de palabras, y de propuestas, entre Gobierno y oposición.
Lo peor es que Mariano Rajoy parece sincero en su indignación, en sus propuestas inconcretas -pero propuestas, al fin, aunque de corto alcance- y en su satisfacción por la labor realizada. Realizada por él, naturalmente, que ya se ve que nada de lo anterior sirve. Da la impresión de que el presidente del Gobierno y del PP, y con él los más incondicionales de sus seguidores, que son muchos, han perdido el sentido de la realidad. Que no es la de los más o menos violentos que protestaban en Valladolid, recordando tal vez lo ocurrido en el Gamonal de Burgos, ni la de la mayoría silenciosa, que todos incorporan a sus filas. La realidad nunca es unívoca, es subjetiva, depende del color del cristal, de que se considere la botella medio llena o medio vacía… es, en suma, un estado de espíritu. Un gobernante no puede apropiarse de todas las realidades que conforman una realidad.
Hay que entender que una de las consecuencias más graves del domingo vallisoletano es la ruptura de cualquier posible consenso. Además, consenso ¿para qué, si todo va bien, si no es precisa ninguna aportación de la oposición, ni de los medios, ni de la sociedad que, a juicio de los responsables del PP, apenas queda representada en esos cientos de antisistema que salen a la Plaza mayor pucelana a vociferar sus rencores o a mostrar, en Madrid, sus pechos en una intolerable agresión a los dirigentes episcopales?

Hay un error de apreciación generalizado en el partido que nos gobierna, que cree que los silencios son aquiescencia y que la disidencia se limita a los escraches sufridos por dos dirigentes de buen talante en un bar de Valladolid. Hay una cierta miopía en quienes pierden oportunidades de diálogo: la ausencia clamorosa de alguien del Gobierno en ese magnífico duelo televisivo entre Artur Mas y Felipe González debería hacer meditar a algunos, lo mismo que, a otros, el hecho de que sea la emergente socialista Susana Díaz quien se encuentre con el molt honorable president de la Generalitat en estas horas en Barcelona, y no su teórico jefe político, un Alfredo Pérez Rubalcaba que solamente se hizo más grande por la andanada que le dedicó, sin nombrarle expresamente, su principal adversario político desde su acogedora tribuna en Valladolid. Y cuyo mensaje, lo comprobamos este lunes en televisión, suena ya algo cansino.
El mar de fondo es mucho mayor. La impresión es la de que hay inmovilismo político, aunque se den, menos mal, aciertos, parciales, económicos. Claro que la convención del PP se cerró con éxito para quienes allí acudieron. Faltaría más. Claro que la sociedad quiere que sus gobernantes acierten, porque le, nos, va mucho en ello. Pero hay protestas que van mucho más allá del enfrentamiento con los policías en las calles. Hay descontento en los ciudadanos, dicen las encuestas, y puede que lo digan las urnas mañana o pasado mañana. Claro que, descartado el partido que sustenta al Gobierno, ¿a quién votar? Esa es otra.
Rajoy no dio la talla (que aún le suponemos) ni en Barcelona hace una semana, ni en Valladolid este domingo. Y quién sabe si la dará en próximas comparecencias, como ese debate sobre el estado de la nación aún no formalmente convocado, pero que se espera para dentro de pocas semanas. Pero daba la impresión de que el presidente ya estaba comenzando a preparar la confrontación parlamentaria más dura e importante del año, víspera de unas elecciones europeas que, según qué encuesta periodística lea usted, puede ganar uno u otro. O ninguno de los dos, que será, acaso, lo más probable.

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