Rafael Torres – La última víctima del alzamiento


MADRID, 5 (OTR/PRESS)

El siempre lúcido Andrés Rábago, El Roto, explica perfectamente en su viñeta el saqueo del pueblo español. Un tipo bien trajeado, de los que mandan, de los que saben, alza una copa de champán y pronuncia un brindis: «¡Por el alzamiento nacional… de bienes!» Así fue. Así es. Ni más, ni menos. Una víctima doble de ese alzamiento nacional de bienes, una mujer de 70 años que trabajó toda su vida como azafata de Iberia, falleció el lunes en el juzgado de Valencia donde se celebraba el juicio de su demanda contra Bankia para recuperar sus ahorros robados mediante la macro-estafa institucional de las Preferentes. Tras casi dos años de despojo, de angustia, de desamparo, los que se tardó en que la atendiera un juez, el corazón de la señora se le rompió en mil pedazos en el umbral mismo de la Sala y del tradicional y concertado perjurio de los comerciales que le sustrajeron el fruto de su previsión y de su trabajo. No llegó la veterana aeromoza a gozar de la restitución de sus bienes levantados por el masivo alzamiento de las Cajas nacionalizadas por el Gobierno de Rajoy.
Las víctimas de la estafa de las Preferentes son víctimas dobles de ese alzamiento nacional. De una parte, lo son como pensionistas, como pacientes de la Sanidad recortada, como usuarios, como cotizantes, como contribuyentes, como consumidores, como ciudadanos, como dependientes en su caso, y de otra, son obligados a sufragar directamente el rescate de la banca ful y los muchos millones que se llevaron los que la hundieron. Sobre eso tendrá que explicar algunas cosas el 3 de marzo, pero ya en plan más serio, Miguel Blesa, el pope de las Preferentes de Caja Madrid, en la Audiencia Nacional. Ese Miguel Blesa tan cazador en todos los sentidos que empleó un 3% de su dinero en comprar para sí las Preferentes que sus comerciales animaban a suscribir a sus clientes por el 100% de todos sus ahorros.
El Gobierno de Rajoy traicionó a estas víctimas dobles del alzamiento nacional de bienes, y los jueces, desbordados, hacen lo que pueden. Lo que no pueden hacer ciertos corazones torturados, machacados, es resistir, como el de la azafata de Valencia, hasta la sentencia.

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