Ucrania y el vértigo cosaco

Pertenezco a una generación que se educó en el convencimiento de que la guerra era imposible en Europa. Que lo sucedido en torno a la Alemania nazi había sido un caso de enajenación mental colectiva y que el horror, la tortura y la mutilación sólo podían ocurrir en parajes lejanos, protagonizados por seres incultos de ojos rasgados o pieles coloreadas.

Tras lo ocurrido hace poco más de veinte años en la antigua Yugoslavia, donde gente blanca, que se santiguaba como nosotros, con tenistas, baloncestistas y futbolistas como los nuestros y premios Nobel hasta en Literatura, se mató de forma bestial, se resquebrajó para siempre mi seguridad europea y la decenas de reporteros españoles que asistieron como yo en vivo al espanto.

Es el recuerdo del mapa de los Balcanes tapizado de tumbas lo que estimula mi vértigo cuando miro hacia Ucrania. Hay momentos en la Historia en que la buena intención pueden ser letal.

Me refiero a Catherine Ashton, que ha corrido a Kiev y, sin saber quién manda o para qué, pidió a Rusia que deje al pueblo ucranio decidir su destino «de la manera en que quiera».

La jefa de la diplomacia europea dejó caer que la UE estudia la posibilidad de conceder a Ucrania créditos en colaboración con el FMI.

Muy bonito, pero veremos en qué queda todo si pasado mañana los sectores pro-rusos del país, que también estaban hastiados de la ineptidud y la corrupción de Yanukóvich y quizá por eso no se movilizaron en las pasadas semanas, deciden romper con las autoridades de Kiev y proclaman la secesión escuchando los cantos de sirena que llegaran del Kremlin.

En Ucrania conviven dos sociedades, que son la lógica consecuencia de la forma en que Stalin formó la republica, pegando a la histórica tierra de los cosacos y la península de Crimea, inmensos territorios arrebatados a Polonia y al Imperio Austrohúngaro.

Sería suicida que EEUU y la UE menospreciaran a Vladimir Putin y su decidida voluntad de reafirmar a Rusia como potencia euroasiática respetada por el mundo.

Para empezar y sólo es una señal, ha retirado a su embajador y ya ha dejado claro que él no trata con ‘facinerosos’.

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Autor

Alfonso Rojo

Alfonso Rojo, director de Periodista Digital, abogado y periodista, trabajó como corresponsal de guerra durante más de tres décadas.

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