Fermín Bocos – Corrupción política


MADRID, 28 (OTR/PRESS)

Una de las ideas más instaladas en el decir de la gente es que quienes se meten en política lo hacen para ganar dinero. No responde del todo a la realidad -en general, los sueldos de los políticos no dan para hacer fortuna-, pero los casos de corrupción en los que aparecen implicados cargos públicos aplastan cualquier posible matiz.
Instalada la idea, nada, salvo alguna sentencia judicial ejemplar, podría cambiar el resultado negativo que reflejan las encuestas cuando el personal responde que tras el paro, la corrupción (de los políticos) es el principal problema que tiene España. Así las cosas, cabría preguntarse qué hacen los señalados, qué hacen los políticos -Gobierno y oposición- para defender la honorabilidad del gremio.
La respuesta es que muy poco más allá de las declaraciones solemnes o de creer que con aprobar una «ley de transparencia» ya han resuelto la papeleta. Ley que prohíbe a los bancos condonar las deudas de los partidos y a los particulares y a las empresas darles dinero, pero que deja la puerta abierta a recibirlo a través de las fundaciones.
Teniendo como tenemos numerosos sumarios instruidos sobre casos que afectan a los principales partidos, en el reciente Debate sobre el estado de la Nación, apenas se habló de corrupción. Lo hicieron los portavoces de las minorías pero aquello fue un clamar en el desierto.
Creo que fue un error porque el silencio o el pasar de puntillas sobre los casos de corrupción -«hoy por ti, mañana por mí»- cala entre la gente en forma de desánimo. Desánimo, descrédito, decepción y repudio sin matices de los políticos y de la política. El análisis de los últimos sondeos sobre intención de voto arroja un dato muy significativo: a tres meses de las elecciones al Parlamento Europeo, la abstención es la opción más apuntada. La gente «pasa» de la política por muchas razones, pero la más recurrente es el repudio a la corrupción. El dar por hecho que «todos los políticos son iguales».
El problema es grave porque sabido que la política, al modo de la Naturaleza, rechaza el vacío, la lógica induce a pensar que lo que está fermentando es un caldo en el que las opciones más radicales -a la derecha y a la izquierda- van a ir ganando terreno. Tenemos ejemplos en Francia, Grecia e Italia. En extraña simetría, la extrema derecha y la extrema izquierda avanzan a favor de lemas y programas en los que denuncian a los corruptos y prometen acabar con la corrupción que rodea a los partidos tradicionales. El asunto es serio. Para reflexionar, porque la Historia, bien sea como farsa o como tragedia, tiende a repetirse. Y cosas así ya pasaban hace un siglo en Europa. Con el atroz resultado que conocemos.

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