Más que palabras – El Dorado tiene un precio


MADRID, 4 (OTR/PRESS)

La primera vez que estuve en Africa y que me choqué con la cruda y dura realidad de las pateras fue en Gambia, donde con la excusa, primero, de conocer ese paraíso y después de realizar un reportaje sobre la ablación, me topé con un pueblo de pescadores desde donde, según me contaron, parten la mayoría de las barcazas hacia el Dorado europeo. Tengo aquellas imágenes clavadas en la retina y también la historia que me contó mi guía. El hablaba un razonable español, después de haber vivido seis años en Cataluña trabajado hasta la extenuación de temporero, y haber regresado a su país con unos ahorros que le permitieron construir una casa y buscarse la vida como guía turístico.
En aquel pueblo olía a pescado seco y rancio. Era un lugar mísero, donde se masticaba la tragedia y la muerte porque se habían adueñado de él las mafias que traficaban con el hambre y sus víctimas propiciatorias eran los jóvenes más valientes y decididos. Un día antes de que llegáramos a aquel escalofriante lugar, habían aparecido flotando cerca de la orilla cinco cadáveres de chicos -casi niños- que habían intentado partir sin ser explotados por esos mercaderes de seres humanos. Nos contaron lo ya sabido: que allí o te pliegas a los mafiosos y te endeudas durante varios años o te matan y sino amenazan con hacerle daño a tu familia. Nos dijeron que el Dorado tiene un precio, a veces tan claro como la propia vida.
Nuestro guía, que había entrado en España en patera, nos contó que tuvo que estar cerca de dos años trabajando para pagar el viaje y había vivido aterrado por la suerte que correrían los suyos si no hacia sus pagos puntuales tal como se había comprometido antes de partir. A pesar de todo a él le mereció la pena, aunque su gran obsesión era que su hijo mayor no siquiera sus pasos cosa que al final, según supimos, hizo.
Desde entonces he sabido que no hay vallas lo suficientemente alta ni concertinas los suficientemente afiladas que pongan freno al hambre, y por eso me repugna cada vez más la demagogia barata que se hace con el tema de la inmigración. Todos sabemos que la solución está en las acciones en origen y que eso de «enseñar a pescar en vez de dar peces» está muy bien, pero las cosas ni son como queremos ni el mundo es justo y beatifico, sino más bien lo contrario.
En torno a la muerte de 15 personas cuando intentaban llegar a Ceuta se ha dicho y escrito tal cúmulo de barbaridades, por exceso o por defecto, que ni siquiera merece la pena enumerarlas. Es verdad que el gobierno se vio desbordado por los acontecimientos, que hubo graves contradicciones y que todo eso merece una sería explicación y la asunción de responsabilidades cuando se aclare lo ocurrido. De momento ya ha quedado claro que nunca más se utilizarán pelotas de goma y también que la comisaria europea de interior Cecilia Malmstrom se pasó y mucho al centrar su crítica en la Guardia Civil, a través de Twitter, sin informarse en absoluto de lo que había pasado. Por eso hizo bien el ministro Jorge Fernández Díaz en leerle la cartilla, animarle a visitar Ceuta y Melilla para conocer el tema antes de pronunciarse con ligereza y reclamarle 45 millones de la UE para reforzar los perímetros fronterizos.
Está claro que o Europa se implica en la solución al problema o no hay nada que hacer. Este no es que sea un tema de Estado y, como tal deberían verlo los partidos políticos españoles, sino un tema europeo porque España es la puerta que separa el primer mundo de la miseria y las cifras son tozudas. Solo en el último mes han saltado la valla medio millar de inmigrantes bien dirigidos por las mafias, que han visto tras la desgracia de Ceuta una oportunidad de oro para provocar un efecto llamada, mientras los políticos españoles se tiran los trastos a la cabeza. Hay dos opciones afrontar el tema unidos y presionar en Europa para que no mire hacia otro lado o seguir haciendo demagogia barata mezclando todo: la política de inmigración, la ley de extranjería, los derechos humanos etc, y todo aderezado con una buena razón de miopía partidista y oportunismo político.
Han pasado varios años desde que estuve en aquel pueblo perdido de Gambia pero los cadáveres de los chicos siguen apareciendo flotando a diario para que unos pocos miserables sean cada vez más ricos. !Qué impotencia y cuanta desesperanza produce todos esto!

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