MADRID, 10 (OTR/PRESS)
Hoy es uno de esos días melancólicos, donde uno advierte que no se siente a gusto consigo mismo, porque no sabes si has estado a la altura de las circunstancias, si te has dejado arrastrar por los flautistas o has dejado de hablar en algún momento, esas omisiones que pasan factura sentimental.
Lo que sí salta a la vista es un exceso de retórica -incluido este comentario, que también es retórico- y un despiste mayúsculo sobre lo que puede pasar con un terrorismo que tiene más cabezas que la hidra, y que parece actuar con autónomos, esos emprendedores del horror, que se agazapan en cualquier municipio occidental.
De lo que sí tengo constancia es que en aquellos días de sangre y plomo estuvo más digno el Samur y el pueblo que los políticos, tanto los que estaban gobernando como la oposición. Estos aprovecharon el desconcierto de aquellos para dar un vuelco a las elecciones sin respetar ni muertos, ni días de reflexión, y aquéllos se pasaron cuatro años como Boabdil, llorando por las elecciones perdidas, que es algo así como si un equipo se pasara cuatro campeonatos de Liga protestando por un penalti injusto de hace cuatro temporadas.
La constatación de que sobre la tragedia sobrenada el interés es algo tan repugnante que intento negarme a admitirlo, pero hay tantos testimonios, tantos vídeos que actúan como carga de prueba, que tengo que admitir que no fuimos expulsados del Paraíso por falta de pago en el alquiler o porque el Casero tuviera un pronto.
Hoy es uno de esos días raros, donde lo único positivo es que las asociaciones de víctimas se avengan a estar juntos, y en el que me he hecho la reflexión subjetiva e individual de que si yo hubiera perdido a alguno de mis hijos o a mi mujer, me habría ausentado de cualquier ceremonia oficial, porque hay reconocimientos que traen un insufrible aire de limosna, y retóricas insufribles que uno ya no está dispuesto a soportar.
