Antonio Casado – De Rouco a Blázquez


MADRID, 14 (OTR/PRESS)

Dicen que no hay cosa más parecida a un obispo que otro obispo. Si además reparamos en los muchos momentos del paralelismo biográfico en la carrera eclesiástica del sucesor y el sucedido, Ricardo Blázquez y Antonio María Rouco, se impone la prudencia si anunciamos la llegada de la primavera vaticana a la Conferencia Episcopal. Quienes los conocieron en el Arzobispado de Compostela o en la Universidad Pontificia de Salamanca, donde ambos coincidieron, no tienen claras las diferencias entre el uno y el otro, al margen de las formas. Más abruptas en Rouco y más moderadas en Blázquez.
Por seguir con los paralelismos, puede ser significativa la preferencia del Papa Benedicto XVI por Rouco, al que apoyó como sucesor de Blázquez en el anterior periodo de éste al frente del Episcopado (2005-2008), que ha sido contrapuesta por los analistas al implícito apoyo del Papa Francisco a monseñor Blázquez en su regreso al cargo. De hecho, cuando éste superó con creces la votación de los obispos el miércoles pasado, dijo a los periodistas que su programa iba a ser el de Francisco. Básicamente, más Evangelio y menos Dogma.
De confirmarse con hechos estas premoniciones, que han sido saludadas por los analistas, la llegada del arzobispo de Valladolid a la presidencia de la Conferencia Episcopal Española, bien podría interpretarse como la entrada de los aires «franciscanos» con un año de retraso. Ahí quedan los mensajes de su primer discurso después de ser elegido. Todos los medios de comunicación destacaron su sentido canto a la sencillez del Papa Francisco, su apuesta por la Iglesia de «puertas abiertas» y la reivindicación del mensaje evangélico como vía de acercamiento a los «pobres» y los necesitados.
De todos modos, es curioso que la despedida de Rouco haya ocupado tantos o más espacios mediáticos que la bienvenida a Blázquez. Fiel a su imagen «antigua e intransigente», como le calificaba el otro día el editorial de un diario madrileño, el aún arzobispo de Madrid es una inagotable fuente de pretextos para que la izquierda política reivindique el laicismo militante. Rouco volvió a dar la nota. Esta vez, en el funeral por las víctimas del 11 de marzo de 2004, al relacionar la masacre con «oscuros objetivos de poder». Es decir, sugirió que la política anduvo entre los escombros de los trenes, pero como los objetivos respondían a intenciones «oscuras», se excusa de explicarlo.
Asimismo, en su discurso de despedida del martes pasado, ya en la asamblea de los obispos, se refirió a los peligros que se ciernen sobre la unidad de España por el riesgo de «rupturas insolidarias». Algo que nada tiene que ver con el oficio de pastor de almas ¿O es que van a ser menos gratos a los ojos de Dios el obispo de Solsona, Xavier Novell, el de Gerona, Frances Pardo, o el abad de Montserrat, Josep M. Soler, por no compartir la idea de Rouco sobre la unidad de España?

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