Rafael Martínez-Simancas – Del amor al olvido.


MADRID, 23 (OTR/PRESS)

Lo terrible de la biografía de Adolfo Suárez es que él olvidó que había sido presidente pero mucho antes España lo había borrado como político. En su caso fue la termita que se mete en el cerebro y arrasa con los recuerdos hasta hacerlos puré, en el caso de los españoles es el natural desapego que sentimos hacia quienes se han portado bien con nosotros; puestos a elegir el alzheimer de los españoles es más crudo porque no tiene solución. Muchos de los que lloran la pérdida de Adolfo Suárez le dieron la espalda y, por desgracia, sus verdaderos amigos que tampoco fueron tantos se marcharon antes que él. España usó a Suárez como trampolín para enterrar al viejo régimen pero una vez logrado el objetivo se le olvidó con celeridad y quedó fuera de la política mientras que muchos de los que él aupó siguieron instalados en ella.
A Suárez se le aclamó con griterío por las calles, tanto como al también joven rey Juan Carlos, pero luego se le catalogó entre los recuerdos del pasado porque no era necesario. Un final muy triste, en el CDS ratificó su salida por la puerta de atrás. Preguntarse ahora qué hubiera pasado caso de haber sido inglés, o francés, sería inútil porque era de Avila, le gustaba jugar al mus y hacer tertulia con sus amigos entre ellos Sancho Gracia cuando se bajaba del caballo para dejar de ser «Curro Jiménez». Suárez era un producto «made in Spain» en sentido puro, de otra forma no habría podido conectar con la sociología más profunda del país para que fuera perdiendo el miedo al cambio. Franco podría estar muerto pero el franquismo permanecía vivo y daba muestras de una excelente salud.
Las dos Españas se enfrentaron por primera vez en las urnas, y no en los ruedos como Joselito y Belmonte, recuerda Alfonso Guerra que algunas señoras pedían en el colegio electoral «la papeleta del guapo con corbata, o la del guapo sin corbata», (Suárez y Felipe). Un enfrentamiento que el viejo régimen contempló anestesiado, Suárez supo hacer perfectamente el puente de reconciliación con la izquierda, hasta legalizó al PCE y provocó que Carrillo se quitara la peluca con la que había cruzado la frontera. También supo equilibrar a las fuerzas emergentes de la derecha civilizada y liberal que nada tenían que ver con los arrebatos de furia de Blas Piñar y Fuerza Nueva.
En definitiva protagonizó el mayor cambio en la historia moderna de España, transitó por la delgada línea que separa el pasado con la actualidad real de la calle. Nos sacó del pozo del siglo XIX en el que nos había metido el franquismo. Se le amó, mucho, y se le olvidó todo. Hoy se le recuerda con afecto como no podía ser de otra manera.

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