Andrés Aberasturi – «¿Quién nos apoya?»


MADRID, 24 (OTR/PRESS)

Todo hoy es Suárez y apenas queda un hueco para hablar de otra cosa que no sea la figura del expresidente que llevó a España hacia la democracia. Ya se sabe que, salvo muy raras excepciones, para el muerto son la alabanzas -que tantas veces se le negaron en vida- y que la memoria selectiva de todos escoge en cada corazón la anécdota agradable, la frase oportuna o el discurso más entrañable dejando en la papelera de reciclaje los enfrentamientos, las traiciones, los olvidos y hasta el desprecio que en un momento se pudiera sentir por el difunto. Esto es así y está bien que así sea porque es lo que hace posible la convivencia.

Pero tampoco conviene que la realidad de unas horas nos haga perder la perspectiva de lo que fue la realidad histórica.

Es como las colas que los madrileños hacen para casi todo; que yo recuerde la primera fue tras la muerte de Franco y se podrá intentar solapar o difuminar de la forma que se quiera, pero lo cierto es que allí no fue nadie ni obligado ni llevado. Lo mismo pasó cuando murió Tierno, el alcalde de Madrid y cuando, después, el se abrió el Palacio Real para el ultimo adiós a Don Juan de Borbón.

Siempre hay colas para ver a los muertos, hay como un efecto llamada y da igual que el difunto sea un dictador, un socialista republicano, un rey sin corona o un presidente al que se le negó el pan y la sal, al que dejaron sólo los suyos y nunca terminaron de aceptar los contrarios.

Tuvo que pasar mucho tiempo y mucho político mediocre para que se empezara a reconocer el trabajo que por encargo o no, eso es ya lo de menos, hizo Adolfo Suárez en y para este país.

Y hoy oyes las declaraciones de unos y de otros y se te pone -al menos a mí- una sonrisa de asombro, escepticismo y supongo que también de comprensión con la condición humana. En sus memorias Calvo Sotelo escribió algunos nombres de los que abandonaron el barco cuando todavía la UCD flotaba entre dos aguas: las que tiraban para el PSOE y los que se acogían aquella AP de Fraga previendo el naufragio.

Se ha repetido muchas veces en esta horas ultimas, pero llegó un momento en el que Suárez, poco antes de dimitir, preguntó a Gutiérrez Mellado: «Además de ti y de mi, ¿quién nos apoya?».

Le dejaron solo porque la UCD fue una amasijo de tendencias en las que desde el principio sobraba la U de Unión porque el único nexo que les mantenía juntos a aquellas familias fue el poder y muy pronto, demasiado pronto para la propia UCD y tal vez para España, los varones se revelaron y cada uno tiró por la calle que más le convino.

Al final a Suárez le rodeaban un puñado pequeño de incondicionales y otro un puñado pequeño de votos: «Además de ti y de mi, ¿quién nos apoya?».

Muchos de los que se fueron después de dinamitar el proyecto desde dentro, hacían en estas últimas horas pomposas declaraciones elevando a categoría de ejemplo a seguir al hombre que ellos abandonaron a su suerte. Pero imagino que esa es la condición humana.

Nunca fui «suarista» pero nunca, ni en sus momentos de esplendor ni en su derrota, deje de reconocer que sin Suárez la transición hubiera sido mucho más difícil.

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