Escaño Cero – Hasta siempre, Presidente


MADRID, 24 (OTR/PRESS)

Es muy difícil añadir una palabra más a todas las que se han dicho en los últimos días sobre Adolfo Suárez. Fue un gran hombre, sí, lo fue, pero solo el paso del tiempo ha sido capaz de enseñarnos a todos la grandeza de nuestro primer presidente democrático después de cuarenta años de dictadura. Ahora la opinión es unánime y todos nos deshacemos en sinceros elogios porque hemos sido capaces, con la perspectiva del tiempo, de analizar y ponderar lo que hizo.

Pero si echo la vista atrás, a los albores de la Transición, entonces vuelvo a ver al Presidente solo, terriblemente solo, porque ni siquiera los suyos, los que le acompañaron en la aventura de UCD le fueron leales. Incluso el Rey en un momento dado le abandonó, porque le dejó de ver como solución a los problemas que en aquellos momentos aquejaban a España.

Decir que sin Suárez no habría sido posible la Transición es la verdad. Hacía falta un hombre de su coraje y determinación y con pasión por la política, tanta como la que él tenía, para poder pilotar aquel momento histórico único que fue pasar de una Dictadura a la Democracia.

Y sí, fuimos muchos los que entonces pensábamos que no iba lo suficientemente deprisa, y criticábamos muchos de sus pasos, ansiosos por poder pasar de manera definitiva la página de la Dictadura. En realidad, si echamos un vistazo a la hemeroteca encontraremos cientos de crónicas inmisericordes firmadas por los mismos que hoy le rendimos homenaje y sentimos sinceramente su adiós.

Durante los últimos años he escuchado, y yo misma he dicho, esta frase: «fuimos injustos con Suárez». Y es verdad. Fuimos injustos con Adolfo Suárez, porque éramos incapaces de valorar en su justa medida lo que significaba estar al frente de un Gobierno en un país que apenas estaba saliendo de la Dictadura y en el que había que poner en pie una Democracia mientras sectores importantes de las Fuerzas Armadas y también del Régimen que se negaba a morir, intentaban día sí y día también organizar una operación de involución, que al final terminó cristalizando en el golpe de Estado del 23 de febrero de 1981.

Suárez se las tenía que ver con los franquistas recalcitrantes que no se resignaban a ver cómo se enterraba el Régimen. Al tiempo tenía que aguantar la embestida de aquella ETA que sembraba de muertos el camino a la democracia. Y mientras estas dos fuerzas oscuras pugnaban porque el proceso democrático descarrilara, al mismo tiempo él hacia lo imposible porque los procuradores franquistas se hicieran el «harakiri», para que se celebraran elecciones democráticas, para que se elaborará una Constitución…

Era como un funambulista caminando noche y día por la cuerda floja con miles de miradas pendientes de ver si se caía. Han tenido que pasar demasiados años para que hayamos sido capaces de valorar lo que Adolfo Suárez hizo y la obra que nos ha legado. Sobre todo en un momento en que hay quienes quieren cuestionar la Transición.

¡Ah! y él siempre será el Presidente. Que descanse en paz y la tierra le sea leve.

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