Rafael Torres – Las muertes de Suárez


MADRID, 24 (OTR/PRESS)

Por la extraña y desatentada precipitación de Suárez Illana el pasado viernes, cuando anunció el «inminente» deceso de su padre «en un plazo de 48 horas», la trepidante actualidad del fin de semana, salpicada de hechos y sucesos transcendentes, se trasladó a la opinión pública asordinada por el efecto, triste sin duda, de esa innecesaria cuenta atrás del hombre que, tras perder la presidencia, fue ganando en cariño lo que perdía en votos. Extraño país. Extraño todo.
Al pobre Suárez se le ha hecho el obituario antes de partir al viaje postrero, pero no es la primera vez que se le ha hecho algo semejante: también se le enterró como político antes de tiempo, hasta el punto de dejar de existir a todos los efectos antes aún de que el olvido de sí mismo se apoderara de su persona.
Es verdad lo que se dice, que para lo que valía era para lo que hizo, aquella fantasía rara de echar a un lado el aparato político podrido del franquismo, pero también lo es seguramente que quien tal cosa hizo podía, si el cainismo, la envidia, la traición y sus propias limitaciones ideológicas se lo hubieran permitido, asombrarnos benéficamente con algún otro número de magia. Lo intentó con el CDS, que llegó a situar, en algún destello, a la izquierda del PSOE, pero el destino, esa cosa que a veces vive por nosotros, suplantándonos, se lo impidió a base de golpes personales terribles.
Merece Suárez la memoria y el cariño, pues hizo cosas y las hizo afectivamente, pero también merecen las Marchas por la Dignidad que confluyeron el sábado en Madrid la atención debida. La gente no puede más, ningún crimen ha cometido para recibir el castigo brutal que le propinan la plutocracia, la cleptocracia y el Gobierno de Rajoy. Ni puede ni quiere aguantar más. Y tampoco quiere esos disturbios que diríanse provocados, diseñados, para criminalizar sus protestas.
Merece Suárez el recuerdo admirativo y afectuoso, pero tanto como él quien con él, en las mismas fechas, se ha ido: Iñaki Azkuna. Un señor. Un político instruido, amable, honrado y capaz. Un hombre bueno.

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