La santa Teresa de mi tío Magín.


Tuve un tío llamado Magín, medio hermano de mi madre, al que siempre quise como tío completo. Mi hermana Mani y yo le llamábamos “Padrín”, padrino en asturiano; no porque lo fuera, sino porque sí lo era de nuestro hermano Braulio y de Inmaculada, otra de las hermanas, que alcanzó la muerte en una carretera serpenteante de Asturias, una noche de junio.

Padrín tenía una planta estupenda, pero un día, una de esas enfermedades degenerativas llegó sin avisar y lo dejó postrado en la cama durante muchos años. Cuando, a pesar de sus limitaciones físicas, la cabeza aún le regía, me pedía que rezase el Rosario con él. En el cajón de la mesilla de noche, al lado de su reloj de oro, al que había que darle cuerda dos veces por semana, tenía un rosario de cuentas negras que le habían traído de Tierra Santa. A mí no me gustaba nada rezar el Rosario. Lo encontraba cosa de mayores, aburrido y muy largo. Yo prefería cantarle a la Virgen, sobre todo el mayo, el mes de las flores. Mis hermanas y yo, imitando lo que se hacía en la iglesia de nuestra parroquia, hacíamos un altar escalonado de varios pisos y colocábamos floreros, muchos floreros. Como no teníamos imagen, coronando el altar colocábamos un pequeño cuadro de la Virgen, aunque no recuerdo la advocación; puede que fuera Nuestra Señora del Rosario. Pero rezaba el Rosario con él, y a cambio me cantaba zarzuelas y me contaba historias de La Habana.

Padrín tenía en un lado de la mesilla, sobre uno de esos tapetes de ganchillo que se hacían en casa, una imagen de santa Teresa de Jesús de unos treinta y cinco centímetros de altura; en la mano derecha, una pluma, y en la izquierda, un libro abierto mostrando dos páginas en las que escrito a mano decía:

Nada te turbe
nada te espante,
todo se pasa,
Dios no se muda.
La paciencia
todo lo alcanza;
quien a Dios tiene
nada le falta.
Solo Dios basta

A lo largo de mi infancia y adolescencia habré leído estos versos cientos de veces. Sabía que eran algo importante porque, además, no se me permitía tocar la imagen y mucho menos cogerla con las manos que era lo que me hubiese gustado. Tendrían que pasar muchos años, muchos, para que me diese cuenta de la profundidad y trascendencia de estos versos de la mística española que tuvo el privilegio de ver el cielo y el infierno desde la celda de su convento.

Hoy, buscando otras cosas, me encontré con estos versos, y esta “serendipy” me hizo acordarme de Padrín y de su Santa en la mesilla, y quise dedicarle estas letras. Supongo que le gustará saber que aquellos versos que leía por juego los guardé en mi corazón, y han dado su fruto. Si hace tiempo que no leéis el poema completo, os lo recomiendo. Encierra la sabiduría necesaria para afrontar estos tiempos de turbulencias.

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Por Magdalena del Amo
Periodista y escritora, pertenece al Foro de Comunicadores Católicos.
Directora y presentadora de La Bitácora, de Popular TV
Directora de Ourense siglo XXI
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Autor

Magdalena del Amo

Periodista, escritora y editora, especialista en el Nuevo Orden Mundial y en la “Ideología de género”. En la actualidad es directora de La Regla de Oro Ediciones.

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