Además de competentes, necesitamos políticos con corazón.


No sé si hablar de políticos con corazón es caer en una contradictio in terminis. Me gustaría pensar que no, pero si no los hay, deberíamos inventarlos sin pérdida de tiempo. Es una necesidad urgente en una sociedad cada vez más tecnificada, en la que está desapareciendo la interlocución directa de tú a tú entre personas, a cambio de la interacción entre máquina y persona. Valga como ejemplo, el chorreo de preguntas y opciones que nos lanza la “maquinita” de atención al cliente de cualquier operadora de telefonía, y lo mismo la de cita previa para pedir una receta. Pero así van fluyendo las cosas y yo las acepto entre el desagrado, la aceptación e incluso la admiración. Porque hay que admirarse de las múltiples aplicaciones de las nuevas tecnologías, desde Internet a las impresoras en 3D, capaces de “crear” un edificio a partir de la materia prima, a los sensores que identifican por el iris, o los elementos virtuales y casi todo lo que podamos imaginarnos. Pero, ¿qué pasa con el corazón? ¿Dónde queda el corazón? Y no me refiero a él como bomba aspirante por las aurículas e impelente por los ventrículos, que estudiábamos en ciencias, sino como depositario de los sentimientos; y aunque sea más metáfora que otra cosa, nos entendemos.

Quiero decir con todo esto, que si nuestros sentimientos de bondad, solidaridad y todas las excelsas virtudes del ser humano, no crecen al ritmo de los nuevos inventos, la pérdida de empatía será total, y el desfase será tan grande que, lejos de hacernos mejores, nos conducirá irremisiblemente a una especie de apocalipsis social, que ya está empezando a asomar. Se observa en general, pero se magnifica en nuestros políticos. ¡Y eso sí que es grave!, porque ellos deciden nuestros destinos.

Es cierto que los ciudadanos eligen a sus políticos, pero también lo es que las promesas electorales no solo no se cumplen sino que, por el contrario, se adoptan políticas contrarias a las propuestas. Como ejemplo, el Partido Popular jamás habría llegado a La Moncloa si hubiese anunciado sus intenciones en campaña.

Hoy más que nunca, la política es teatro, y los políticos, actores a los que ni siquiera se les exige que aprendan el papel. La sociedad ha aceptado que lean discursos y hagan comunicados que les escriben los gabinetes de prensa, debidamente dirigidos por los tan bien pagados asesores. Se les impone además que jamás improvisen, ni contesten a la prensa sin pasar por los filtros protocolarios, porque podrían ser víctimas de un lapsus de sinceridad, y meter la pata.

Me inspiró este artículo la rabieta mayúscula de Montoro y otros señores del PP contra el responsable de Estudios de Cáritas Española, Francisco Lorenzo que acaba de presentar el informe FOESA. La cúpula del Gobierno está tan ensimismada en sus fantasías sobre el fin de la crisis, que ha llegado a creerse sus propias mentiras. Y además, han creado un equipo de palmeros pagados que los defienden a capa y espada aunque ello conlleve desdecirse de opiniones y escritos pasados. Pero surge la sorpresa, algo que estaba fuera de control y llega Cáritas, que no debe nada a nadie ni tiene que ver con prebendas periodísticas ni con cambalaches de concesiones televisivas –lo digo por la sentencia del Constitucional que acaba de ejecutar Rajoy sobre las TDT adjudicadas por Zapatero, que la vicepresidenta Sáenz de Santamaría había prometido arreglar a cambio de seguirles la corriente en lo de la recuperación económica—, y les echan por tierra el discurso y todos sus mantras mediáticos.

Datos como que 11,7 millones de personas (3,8 millones de hogares) están afectados por distintos procesos de exclusión social, y 5 millones se encuentran en exclusión severa, no les sentaron nada bien a un Gobierno que nos machaca diariamente con las buenas nuevas de la recuperación. Que en el informe de Cáritas se diga que solo Letonia y Bulgaria están por debajo de nosotros; que “urge una apuesta por la cohesión social”; que es el momento de los derechos sociales; y que “es necesario un cambio de modelo que apueste por la persona y la familia”, cuando el Gobierno está recortando las prestaciones a niños con escasa movilidad o a viejos inválidos, ha sacado los colores al superministro Montoro.

No es nada agradable que la prestigiosa Cáritas haga público que lo que falla es el modelo e insta al Gobierno español del PP a que apueste por un modelo en el que “la persona y su dignidad ocupen el lugar central de todas las prioridades, y donde el bien común marque la hoja de ruta”. Añade que en el 2013 no hubo una corrección en la dinámica de pérdida de derechos que se venía experimentando desde el 2010, sino que se ha seguido “avanzando por la senda de recortes en algunos bienes básicos”.

Por si esto fuera poco, la reforma laboral tampoco sale bien parada: “La incidencia de los problemas de exclusión del empleo se multiplican por 2,5 y los de salud se duplican. Nada parece indicar que la implementación de la reforma laboral haya contribuido a la creación de empleo –que ha seguido destruyéndose después de su puesta en marcha—ni a la reducción de la temporalidad de las nuevas contrataciones. […] Los problemas de vivienda, que partían de un nivel relativamente elevado, se incrementan un 36%. […] Es significativo el incremento de los hogares que para mantener su vivienda deben hacer un esfuerzo económico tan importante que los coloca en situaciones de pobreza severa, una vez descontados los gastos de vivienda. […] Y es también importante el aumento de hogares que presentan dificultades para comprar medicamentos”.

Se puede acabar con la pobreza y la indignidad. Es cuestión de establecer prioridades. No estaría de más que el Gobierno dejase de mirar las preciosas vistas de bancos y grandes empresarios desde su ático, y echase una ojeada a los pisos inferiores y al sótano, donde viven personas con derecho a una vida digna. El informe FOESA señala que no hace falta tanto; unos 2.600 millones, “un coste inferior al rescate de las autopistas”. ¡Esa es otra! El Gobierno, que parece insensible a lo que piensen y sientan sus ciudadanos, pero que no está acostumbrado a que gente de peso le enmiende la plana y ponga en duda sus espejismos y delirios, tras en enfado ha intentado desacreditar el estudio con argumentos de muy poco peso.

La conclusión es que se puede acabar con la pobreza y la indignidad. Pero harían falta grandes dosis de voluntad, capacidad y corazón. ¡Sobre todo, mucho corazón!

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Por Magdalena del Amo
Periodista y escritora, pertenece al Foro de Comunicadores Católicos.
Directora y presentadora de La Bitácora, de Popular TV
Directora de Ourense siglo XXI
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Autor

Magdalena del Amo

Periodista, escritora y editora, especialista en el Nuevo Orden Mundial y en la “Ideología de género”. En la actualidad es directora de La Regla de Oro Ediciones.

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