Siete días trepidantes – De líderes silentes y lideresas locuaces.


MADRID, 5 (OTR/PRESS)

Nadie duda de que los caracteres, talantes y talentos de Mariano Rajoy y de Esperanza Aguirre son distintos y distantes. Cada quién tendrá sus preferencias acerca de cada uno de ellos. El primero se desembarazaba esta semana de la sombra siempre incómoda de la «lideresa» que se había convertido en la voz crítica de su partido, en una personalidad adorada y odiada que siempre estaba en la balanza de la duda sobre si concurrir a las elecciones para la alcaldía madrileña o, simplemente, seguir siendo el «pepito grillo» de su partido, exigiendo a veces cosas muy lógicas -como la primarias internas–, que ella, sin embargo, no puso en marcha cuando tanto mandaba.
La presidente del PP madrileño acaba de cometer un error mayúsculo, seguido de inenarrables equivocaciones en cuanto a comunicación, que la descabalgan de cualquier posibilidad de continuar en la primera fila de la política. Rajoy no ha movido un músculo, ni una sonrisa de medio lado, ante el ocaso definitivo de quien osó alzarse como posible alternativa ideológica y moral. La esfinge calla. De nuevo.
Atesoro impagables anécdotas sobre Aguirre y con Aguirre, que algún día contaré en unas memorias. El personaje me es simpático, pero obviamente carece de las cualidades necesarias para nadar en aguas profundas. Y no era, no es, corredora de fondo como para competir, ni siquiera tácitamente, con ese Mariano Aguirre capaz de salir de todos los tsunamis sin un gesto. La lideresa decae, el líder silente permanece y desconcierta a los suyos, reunidos en Valencia, al no anunciarles ni si va a intervenir en el importante debate parlamentario del martes sobre la pretensión secesionista catalana.
Los delegados llegaron a esta «cumbre» del PP sin tampoco saber quién va a ser el candidato del PP en las europeas. Arias Cañete o no Arias Cañete, era la cuestión; decían en la intermunicipal «popular» que el titular de Agricultura no quería enfrentarse al riesgo de perder frente a la lista socialista de Valenciano, muy presente en espíritu, y perdón por el mal juego de palabras, en los corrillos de Valencia. Y es que ocurre que los sondeos que andan por ahí dan una ligera ventaja a Valenciano, que no es una lideresa en sentido estricto, pero que está sabiendo, y pudiendo, fijar al PSOE en torno a la idea de que, antes de pelearse en unas primarias en otoño, hay que ganar en las europeas de mayo. Y en eso está, con mayor o menor acierto, batiéndose el cobre frente a nadie, que es lo que, hasta ahora, le había colocado el PP en la diana, para que disparase sus dianas de precampaña al vacío.
Tengo para mí que el «tropezón municipal» de Aguirre, que tanto nos ha hecho reír a los que presumimos de cierto humor, y tanto ha indignado a los más intransigentes, ha servido para ocultar cosas como la propuesta de reforma de la Justicia que Gallardón, en una nueva iniciativa para no perder protagonismo, ha lanzado, sabiendo que probablemente no llegará a entrar en vigor. O para frenar comparaciones entre las iniciativas reformistas en Francia y las que por aquí se estilan, mucho menos radicales y mucho más demoradas: Hollande, en horas veinticuatro, ha dado un giro a la marcha de su Gobierno y hasta del Estado. Se pueden hacer crisis ministeriales de calado y ya ve usted, no pasa nada.
Y hasta ha contribuido el «affaire lideresa» a oscurecer esos rumoreados contactos «secretos» entre el Gobierno central -Soraya Sáenz de Santamaría, dicen- y la Generalitat catalana, unos contactos que, de fructificar, tan esperanzadores serían. Solamente otra mujer, la polémica periodista Pilar Urbano, ha logrado, con un libro escandaloso, competir con los titulares copados por la «lideresa» esta semana. Pero esa, la de volúmenes de este tipo que reinventan la Historia, es, perdón ahora por la reiteración, otra historia.

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