Fernando Jáuregui – A nadie le gusta cambiar ministros, pero…


MADRID, 10 (OTR/PRESS)

¡Rajoy movió ficha! Bueno, la verdad es que no le quedaba otro remedio que designar ya a alguien, y este alguien ha resultado ser quien se preveía, Miguel Arias Cañete, como cabeza de lista para las elecciones europeas. Los plazos corrían, y decidió digitalmente nombrar «in extremis» al hasta ahora, y todavía, ministro de Agricultura, parece que tras sopesar otras hipótesis. Porque todo indica que Rajoy pretendía, pretende, aparecer en el libro Guinness de los récords manteniendo dos legislaturas seguidas incólume a su Gobierno. Y, si cambia a Arias Cañete, que tendrá que cambiarle, claro, nombrará un sustituto, quizá a la propia «número dos» de Agricultura -algún insensato ha citado como posible a Javier Arenas: imposible, pienso-, y ahí, o con algún otro cambio mínimo -se citaba quizá a la ministra de Sanidad, Ana Mato-, cerrará la crisis del Ejecutivo, que, así, no es crisis ni es nada.
Al margen del elogio a las capacidades de Miguel Arias, el ministro mejor valorado del Gobierno, lo que, vistas las encuestas, tampoco es mucho decir, me veo obligado a pronosticar que Mariano Rajoy no podrá llevar adelante sus «arriesgados» planes inmovilistas. Aunque ya se ve que no le gusta, tendrá que sustituir a más ministros, y sospecho que lo hará allá por el mes de julio, que es cuando muchos presidentes, y el propio Franco, aprovechaban para sustituir piezas en el tablero. Y es que por entonces sabremos si, Dios lo quiera, Luis de Guindos, actual ministro de Economía, logra llegar a la presidencia del Eurogrupo. Sería un buen momento para hacer alguna jugada política, tal vez nombrando a un vicepresidente económico y deshaciéndose de los ministros más «quemados». Porque parece incluso lógico que, más allá de algunas «ocurrencias», de algunos tropiezos por miopía o por soberbia, dos años y cuatro meses gobernando, en estos tiempos de crisis y de angustias, desgasten al más pintado. Y ciertos ministros en los que estoy pensando distan mucho, por cierto, de ser el más pintado y ya ni sé qué pintan en el elenco ministerial de un país que empieza una, quiero creer que, prometedora senda de cierta -cierta- recuperación.
Rajoy es un hombre serio que toma a la opinión pública muy poco en serio. A los periodistas nos despacha casi como lo hacía Pujol, o la ministra de Defensa Carme Chacón, por poner dos ejemplos, en sus mejores-peores momentos: eso no toca, eso no lo hemos contemplado, no he pensado en eso, ya les avisaremos (¿por SMS?) cuando lo decidamos, ya informaré (¿por pantalla de plasma?) cuando corresponda. La gran esfinge, siempre discreta, maneja sus tiempos a discreción y, como no le está saliendo del todo mal -si usted exceptúa la opinión de los sondeados en las encuestas-, pues eso: ¿para qué cambiar?

Siento decirlo, porque, insisto, respeto mucho a Mariano Rajoy, que siente el peso del Estado, aunque él no pese sobre el Estado, pero el «episodio Cañete» ha estado muy lejos de la transparencia que uno reclamaría como ciudadano. Creo entender, por lo que he hablado con unos y otros en el PP, que tampoco en el propio partido gobernante andan demasiado contentos con el trato que se les ha dado como colectivo. Pero Rajoy es fuente de todo poder y a ver quién le tose. Así que sigamos atentos a la pantalla, de plasma, para ver qué jugada hace quien se otorga la potestad de hacerla. Es la hora de Rajoy, y él sabrá cómo emplea sus minutos de partido, porque los demás somos, está claro, meros espectadores.

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