Va a terminar siendo verdad ese viejo aforismo español según él cual en todos los sitios cuecen habas.
Hay mucha distancia entre la brumosa Escocia y la soleada Cataluña, pero a la hora de la verdad, es inevitable establecer paralelismos. Al menos formales.
A menos de cinco meses del referendum, previsto para el 18 de septiembre de este este año, el Gobierno británico ha decidido que ya está bien de bromas y pone en marcha una campaña en toda regla para volatilizar los ‘mitos’ que difunden a los cuatro vientos los partidarios de la secesion.
Los contrarios a la independencia escocesa siguen aventajando a los partidarios de separarse del Reino Unido, pero Londres no quiere sopresas y para evitarlas va a trabajarse a fondo a los indecisos.
Su ‘fórmula mágica’ es muy simple: contarles la verdad.
Una Escocia independiente no sería ni más rica ni más próspera. La fábula, aireada por Alex Salmond, ministro principal del Gobierno autónomo y líder del Partido Nacional Escocés (SNP en sus siglas inglés), según la cual nadarían en petrodólares nada más montar frontera con los ingleses, es pura exageración.
Dejados a su suerte, los 5,3 millones de ‘envejecidos’ escoceses no solo tendrían problemas para cobrar sus magras pensiones, sino que se verían fuera de la Unión Europea y sin posibilidades reales de volver.
En contra del optimismo que intenta insuflar en los suyos el SNP de Salmond, el Gobierno de su Majestad ha comenzado a repetir que es pura illusion la tesis de que sería una ‘independencia dulce’, en la que los escoceses conservarían todo lo bueno de ser británicos y al mismo tiempo todas las ventajas de no serlo.
Ni libra esterlina, ni créditos en el Banco de Inglaterra, ni OTAN, ni BBC, ni UE, ni Reina… nada de nada.
Allí, como aquí, los independentistas acusan a los unionistas de jugar al catastrofismo. Su problema, como les pasa a los de aquí, es que los cantos cantan y de lo lindo.
