Fernando Jáuregui – Esa revolución emprendedora que los sindicatos no comprenden.


MADRID, 30 (OTR/PRESS)

Desde hace dos años, recorro España hablando de lo que llamo «revolución emprendedora». Con la idea de que es necesario favorecer a los emprendedores, a los autónomos, a los que no se resignan a vivir del paro, de una nómina insegura y mísera o a marcharse al extranjero a desempeñar los trabajos que allí no quieren los nacionales, he visitado universidades y centros de enseñanza, instituciones, hemos congregado en actos varios a más de siete mil personas que se ilusionan con la idea de que sí, de que son capaces de afrontar ese mensaje que consagró Obama para llegar a la Casa Blanca: «sí, podemos».
Lo digo, claro está, con la mayor modestia y consciente de las limitaciones que tenemos quienes creemos en esta idea, que somos cada vez más: quisiéramos contribuir a cambiar -un poco, al menos un poco- el mundo. Y lo digo precisamente en el recuerdo de este, otro, primero de mayo que debería haber marcado el inicio de una nueva era y, sin embargo, sigue, de la mano de los sindicatos, de la patronal, de las organizaciones empresariales, del Gobierno y de los restantes partidos políticos, aferrado a los usos y costumbres de siempre. Pero más alejado de la dura realidad que nunca.
Entiéndame usted, amable lector: claro que me gustaría estar instalado en los viejos buenos tiempos en los que el empleo era para siempre, te daba para vivir una vida digna y hasta holgada y te confería una seguridad en el futuro de la que, simplemente, ahora carecemos. Pero llevo cuarenta años desempeñándome en el sector de la comunicación, ahora como autónomo y pequeño -mínimo- empresario.
Desde hace más de un lustro no conozco un solo caso de un colega periodista que haya sido contratado al modo que antes llamábamos «en plantilla»: de manera indefinida, con sus trienios. De eso, al menos hasta donde yo conozco, ya casi no hay. Y, frente a eso, los sindicatos -a los que respeto y, por eso mismo, les pido un profundo examen de conciencia y una reflexión más allá de la denuncia del «empleo precario», que repito que a nadie nos gusta, por supuesto- no oponen soluciones nuevas, remedios originales: llaman «neoliberales» a quienes dicen, decimos, que más vale un «part job» que un «no job». Y, tras el injusto y absurdo etiquetado, aquí paz y después gloria.
Quienes, como es mi caso, tenemos hijos desde hace un cierto tiempo ya instalados en ese desempleo consciente de que ni la condición de aspirante a funcionario –una condición que es cada vez más «rara avis»–, ni el Gobierno de turno, ni siquiera la familia que tantas manos echa, pueden solucionar su problema, hemos de preconizar soluciones nuevas. ¿A la alemana, donde los trabajos a tiempo parcial -llámelos «basura» si usted quiere- suman ocho millones de empleos? No lo sé; no soy capaz de ofrecer recetas definitivas. Ojalá pudiera, ojalá tuviera el talismán que nadie encuentra, y tampoco los sindicatos anticuados en sus eslóganes, ni estas patronales acomodaticias, ni estas asociaciones empresariales que preconizan bajar aún más los salarios mínimos y desechar como pañuelos usados a quienes carecen de la formación suficiente. Ni tampoco encuentran las soluciones correctas -tal vez, ni las buscan– estos gobiernos que no se atreven a ir más allá en la promoción del trabajo autónomo, en las facilidades para el autoempleo, para la creación de cooperativas. Que no se atreven, en suma, a cambiar de una vez un tablero de juego en el que ya no hay jugadores ni fichas.
Hace más de dos años, me presenté a unas elecciones corporativas de periodistas con un programa en el que se afirmaba que había que caminar hacia soluciones nuevas, porque en este sector mío -como en tantos otros- trabajo hay mucho, pero puestos de trabajo, pocos. Perdí estrepitosamente. Desde entonces, se han destruido, digan lo que digan el Gobierno y algunos corifeos, muchos empleos y muchísimas esperanzas. Sé que tenía entonces, sé que tengo ahora, razón. Y cada 1 de mayo, que es una fiesta que venero desde siempre, me convenzo, aunque con la sensación de que todo es inútil, más de ello. Y cada 2, o cada 3, o cada 4 de mayo, cuando escucho la satisfacción de nuestros gobernantes porque solamente tenemos un 25 por ciento de parados, cuando oigo los gritos de los sindicatos exigiendo que todo se quede como está, como si ello fuese posible, me convenzo más y más de la razón que me asiste. Es, ay, la revolución emprendedora, estúpido.

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