La Sábana Santa bajo la lupa de los forenses.


La información que manejamos en este momento sobre la Síndone de Turín es vastísima. Sobre ella se han escrito docenas de libros en varias lenguas, centenares de artículos, y se han celebrado varios congresos internacionales con la participación de los máximos expertos mundiales. Sin embargo, cometí un error al dar por hecho que mis lectores conocían –aunque someramente— la historia de la Sábana, y por eso omití datos sobre su origen y recorrido, que los habría puesto más en situación, y fui directamente a la polémica suscitada por su antigüedad, y las investigaciones que sustentan su auténtica datación –estoy segurísima— en el siglo I. Vamos a ello, pues, y con esto corrijo la falta de una entradilla en el primer artículo.

Los judíos tenían la costumbre de envolver el cadáver en una sábana. Asimismo la norma judía prescribía la utilización de perfumes y ungüentos para neutralizar el hedor de la corrupción. Se utilizó mirra y áloe, pero no ungüentos líquidos, gracias a lo cual permanecieron las señales en la tela. La norma judía mandaba lavar el cadáver y vestirlo decentemente, excepto en el caso de los ajusticiados que tampoco podian ser envueltos en lienzos. Sin embargo, José de Arimatea lo envolvió en la Sábana y lo enterró en el panteón familiar. Sobre el apresuramiento del entierro se ha argumentado que estaba prohibido enterrar a los muertos en sábado.

El Sudario, de Jerusalén pasó a la antigua Edessa (hoy Urfa, en Turquía oriental), después a Constantinopla, y más tarde a Francia, en concreto a la Casa de Saboya, que la donó a la Santa Sede. El Lienzo siempre estuvo inmerso en guerras y refriegas y era un objeto codiciado.

Los análisis revelan que el cuerpo de la Síndone corresponde a un judío, puesto que un romano nunca era condenado a flagelación y crucifixión. Tenía una altura de 1.83 centímetros, y, según la usanza judía, llevaba barba, bigote y melena peinada con raya al medio. La parte posterior de la Sábana muestra el cabello atado en una coleta.

En el primer artículo dimos unas pinceladas sobre el dictamen del análisis del Carbono 14, que databa el Lienzo en la Edad Media. Fue un mazazo para la Iglesia y el catolicismo en general, aunque no haya habido lamentaciones públicas y sí manifestaciones de respeto por la ciencia. Galileo, símbolo máximo de una jerarquía intolerante, sigue pesando mucho después de muerto, y hay que compensar los errores por exceso de otros tiempos, con la humildad –cuando no sumisión— y excesiva tolerancia de hoy. (A ningún obispo le gusta pronunciarse en público sobre el Sudario de Jesús –lo sé por experiencia—, y mucho menos meterse en honduras).

En el artículo segundo expuse los datos que más me impactaron sobre los análisis palinológicos, cuando hace años tuve conocimiento de ellos. En el presente texto pretendo, de manera sencilla y comprensible, acercar al lector a los puntos más relevantes que se desprenden de los análisis de los expertos en Medicina Legal, sobre la sangre y otros líquidos presentes en el Sudario. En primer lugar, me sacudió la conclusión sobre la “acentuada rigidez, característica de las muertes excepcionalmente fatigosas y dolorosas”.

Pero antes de la muerte, el cuerpo de la Sábana sufrió diversos tormentos: golpes y deformaciones en cara y cuerpo, azotes o flagelación, y señales producidas por objetos punzantes en la cabeza y otras zonas. Cada una de estas señales, que solo conocíamos por los Evangelios, dejaron su impronta en la Síndone. Más de 120 golpes infligidos con el flagrum, especie de látigo con varias correas, con unas bolas en el extremo de cada una, que golpean y laceran la carne. Los condenados a morir crucificados, en general, no eran flagelados antes. Lo de Jesús fue un castigo excepcional.

Los forenses han descubierto que los reos no eran clavados por las palmas de las manos, sino por en punto Destot situado entre los huesos de la muñeca. Lo mismo ocurre con la corona de espinas, que no fue tal como aparece en todas las representaciones pictóricas, sino en forma de casquete que, a manera de burla, le fue colocado sobre la cabeza, presionando y hundiendo las espinas en la carne. En la imagen resalta de manera especial la señal producida por la espina de la frente, en forma de letra griega “épsilon”, que al invertirse de lado y de forma, aparece como un número “3”. Antes de entrar en escena la ciencia forense, este reguero de sangre en forma de tres, se consideró que era un rizo. De hecho, así figura en los iconos bizantinos. A este respecto, en cuanto a especulaciones sobre una imagen creada artificialmente por un artista falsificador –hipótesis absolutamente descartada—, el doctor Barbet dice: “Yo desafío a cualquier pintor moderno –a menos que sea un cirujano que conozca a fondo la fisiología de la coagulación—a que se imagine y reproduzca este coágulo frontal. Aun en estas condiciones, es más que probable que aquí o allá alguna equivocación denunciase al falsario y a su obra fingida”.

Veamos otras lesiones que se han podido analizar: En la imagen de la Síndone, el cartílago nasal está fracturado, posiblemente por un golpe producido por un palo o bastón. Los arcos superciliares aparecen con heridas contusas, especialmente la izquierda que aparece más levantada. La mejilla y el mentón de la parte derecha aparecen inflamados, y también la parte izquierda del labio inferior. Se advierte una tumefacción del pómulo derecho que provoca el cierre parcial del ojo. Hay sangre bajo la boca, como saliendo de ella.

Sobre la herida del costado, producida por la lanza de Longinos, de la que salió “sangre y agua”, los forenses dictaminan que se trata de una herida clara, de forma ovalada, cuya medida se corresponde con la de la lanza romana (4.4 x 1.4 centímetros), que destaca sobre el chorro de sangre coagulada que brotó de ella. El análisis forense constata que la herida se produjo cuando el cuerpo estaba muerto. Las heridas de un cuerpo vivo presentan una inmediata turgescencia, porque la naturaleza tiende al cierre de la herida y a su cicatrización. Los labios de la herida del costado no manifiestan esta particularidad, y por eso ha quedado abierta, con los labios distendidos. La sangre de la herida del costado es sangre venosa y no arterial como el resto de las lesiones. De la herida salió agua porque al ser sangre postmortem estaba separada en dos niveles: corpuscular y seroso. Y así aparece en la imagen, de un color miel claro. Es importante recordar que la circulación de la sangre no se descubrió hasta el año 1593.

Todos estos datos que nos proporciona la ciencia forense, los conocíamos a través de los Evangelios, textos que han sido considerados de escaso rigor. Pero hay más. Nos hablan los evangelistas de las caídas que Jesús sufrió camino del Calvario. Analizando la imagen de la Sábana, los forenses han descubierto que sobre los hombros, hacia la espalda existe una gran marca –que formó una carnicería sobre las llagas de los azotes—, producida por un objeto alargado. Sin duda, debe tratarse del madero o patibulum que solían llevar los condenados hasta el lugar de la ejecución. Y para completar el relato evangélico, ¡y esto sí es minuciosidad!, la microfotografía saca a la luz que en las rodillas del cuerpo del hombre del Lienzo, se advierten señales de rozaduras y de polvo del camino. No cabe duda que se debe a las caídas del Nazareno en la subida al Gólgota.

Otro de los detalles que me impresionaron de la investigación es el de las monedas. Era una costumbre judía colocar algún peso sobre los párpados del fallecido, para mantenerlos cerrados. Los investigadores descubrieron que sobre los ojos de la imagen aparecía un relieve redondeado semejante a botones o monedas. Jumper y Jackson dedujeron que se trataba de dos monedas del tipo leptón. Investigaciones posteriores corroboraron que, en efecto, se trataba de leptones, y el jesuita y profesor universitario, P. Filas precisó que eran leptones del tiempo de Poncio Pilato. (Recientemente se han descubierto monedas de esta época idénticas a las que aparecen en el Sudario, y se han podido estudiar las inscripciones del anverso. Existen estudios exhaustivos sobre la materia).

El caso del hombre de la Síndone es único en la historia. Los egipcios y otras civilizaciones antiguas momificaban a sus muertos. El arqueólogo y egiptólogo, Albert Gayet, a finales del siglo XIX investigó, uno por uno los lienzos de las momias egipcias del Museo Británico y el Louvre, y no encontró ninguna con el rostro “impreso”. Aparecen manchas que corresponden a las zonas prominentes, pero nada parecido a la Síndone. Así reza el testimonio de Giovanni Judica-Cordiglia, citado por J. L. Carreño en su libro Huellas: “… no se ha encontrado en ningún lugar ni en ninguna otra tumba, un lienzo fúnebre que presente imágenes análogas a las del Lienzo de Turín”.

Stevenson-Habermas en su libro Dictamen sobre la Sábana Santa concluyen: “Por encima de todo, el hombre que la Sabana Santa envolvió es un hombre real, un judío del siglo I, crucificado por los romanos de un modo rigurosamente paralelo al descrito por los Evangelios en el caso de Jesucristo”.

A principios del siglo XX, el profesor agnóstico, Ives Délage, declaró estar convencido de que la Sábana había envuelto el cuerpo de Jesús. Sin embargo, la Academia de Ciencias de París rechazó su informe por considerarlo sectario. El profesor dijo a este respecto que “si en vez de tratarse de Cristo se tratase de otra persona histórica, como Sargón, Aquiles o alguno de los faraones, a nadie se le habría ocurrido poner objeciones. Yo por mi parte he sido fiel al espíritu de la ciencia al tratar este asunto, manteniéndome solo atento a la verdad. […] Yo reconozco a Cristo como a un personaje histórico, y no veo razón alguna para que alguien se escandalice de que existan todavía huellas tangibles de su vida terrestre”.

Quiero finalizar con las palabras de Buckling: “Los datos médicos derivados de la Síndone favorecen la resurrección. Y cuando esta información médica se combina con los hechos químicos, físicos e históricos, tenemos un fuerte peso de pruebas atestiguando la resurrección”.

A pesar de todo, la Síndone de Turín no es materia de fe. Ni siquiera tiene la categoría de reliquia. Es solo una pieza arqueológica. Sin embargo, los datos científicos son más rigurosos y superan a los que existen sobre el hombre de Java o el de Pekín, las investigaciones de Oldubai o de Atapuerca, el bosón de Higgs o los quasares, y el Big Bang. ¡Cosas!

___________________
Por Magdalena del Amo
Periodista y escritora, pertenece al Foro de Comunicadores Católicos.
Directora y presentadora de La Bitácora, de Popular TV
Directora de Ourense siglo XXI
[email protected]
Suscripción gratuita
.

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA
Autor

Magdalena del Amo

Periodista, escritora y editora, especialista en el Nuevo Orden Mundial y en la “Ideología de género”. En la actualidad es directora de La Regla de Oro Ediciones.

Lo más leído