Andrés Aberasturi – ¿Hay realmente europeos?


MADRID, 16 (OTR/PRESS)

Como el debate no fue sino una sucesión de monólogos encorsetados, mejor fijarse en Geert Wilders, el líder radical holandés de los euroescépticos, que ha hecho una afirmación en su campaña que merece al menos una reflexión: «No hay europeos. Menos del 40% de los ciudadanos de la UE se siente así».

Estas grandes aseveraciones en las que ni se citan las fuentes y los porcientos se improvisan según la necesidad, no son evidentemente nada fiables y menos aun cuando las dice un señor con un discurso provocativo y que comparte ideología, al menos en líneas generales, con el Frente Nacional (Francia), la Liga Norte (Italia), Vlaams Belang (Bélgica), FPÖ (Austria) y el Partido Nacional Eslovaco y el británico UKIP, de Nigel Farage.

Pero una vez aclarado esto y el rechazo que provoca la mayoría de sus principios claramente xenófobos, ultraderechistas y nacionalistas en el peor sentido, la afirmación sigue ahí: «No hay europeos».

Naturalmente no se refiere Wilders a una coincidencia geográfica sino a algo que va un poco más allá, algo que es un poco más trascendente y que tal vez animó en su momento los sueños de los grandes europeistas que, después de tantos años, sigue sin traspasar esa barrera hacia lo espiritual y apenas roza lo económico salvo la moneda única.

¿No sentimos europeos los europeos? Tengo mis dudas que baso en lo única realidad posible: nuestro pasado y nuestro presente.

La gran Historia de Europa es la historia de sus guerras, de su repartos del mundo colonial, de sus enfrentamientos continuos, de sus alianzas de conveniencia, de su modelo religioso común pero antagonista, de eso que hemos dado en llamar cultura y que lejos de acercarnos los unos a los otros, nos ha ido separando hasta llegar, después de dos guerras terribles en los últimos cien años (apenas unos días para la gran Historia) a esa necesidad de asegurar un tiempo de paz aunque fuera mediante tratados comerciales. Y de ahí nace todo.

Convivimos bajo la misma moneda los países nórdicos y los del Sur y no va cambiar lo que pensamos y sentimos los unos de los otros. Convivimos con una Gran Bretaña que nunca se sintió parte de Europa y a la que se le permite casi todo a cambio de casi nada.

Convivimos ricos de toda la vida con países intermedios y otros que ya estaban en una situación al borde del desastre incluso antes de que estallara la crisis. Conviven alemanes y franceses, calvinistas y católicos, vencedores que antes habían sido derrotados con derrotados que habían sido vencedores.

Convivimos demasiadas «tribus» -como muy apuntó José Antonio Jáuregui- de forma que lo que para nosotros no fue más que la fechoría de un pirata impresentable, tiene, unos cuantos kilómetros al Norte, una plaza en memoria de su heroicidad. Y esto, que no deja de ser una anécdota, encierra una historia de sangre desde los romanos a casi antes de ayer con la Segunda Guerra mundial.

¿Qué es entonces la Unión Europea y cuál es su límite? ¿Existe o no esa conciencia de europeos que niega el ultra holandés? Si el pasado deja bastante que desear, cuando ya creíamos que se habían superado todos los obstáculos, sólo hace falta una crisis económica para que nos demos cuenta de la realidad que nos une: lo urgente fue salvar el euro del gran cataclismo y disfrazar de solidaridad lo que no eran sino la defensa de intereses propios.

El gran barco del euro no podía hundirse y de ahí que los viajeros de lujo accedieran a equilibrar la carga a cambio de que en la bodegas los más pobres racionaran su comida.

No sé si alguna vez habrá un sentimiento europeo o no de las gentes; puede que mientras todo vaya bien las cosas no cambien y que nuestros hijos se sientan de verdad lo que para nosotros no dejó de ser un eslogan utópico: ciudadanos del mundo. Un hermoso sueño que se rompe en cuanto te preguntas ¿de qué mundo, del primero, del tercero…?

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