Siete días trepidantes – El primer Gobierno de Felipe VI.


MADRID, 21 (OTR/PRESS)

Le guste más o menos a Mariano Rajoy, «eppur si muove». Y, sin embargo, se mueve. Algo, algo, se está moviendo en el secarral de la política española, animada ahora con la llegada de un nuevo Rey cuya personalidad ha cosechado, en estos días, muchos más elogios que críticas, incluso en sectores tradicionalmente hostiles a la forma monárquica del Estado. Tanto se mueve ese magma al que podríamos denominar «coyuntura política», que diversos sectores del Partido Popular han empezado a urgir al presidente Mariano Rajoy para que lidere una serie de reformas políticas que pongan fin a las acusaciones de «inmovilismo» que llueven sobre el Gobierno. La presión de algunos medios insta a dirigentes del propio partido, a «barones» regionales e incluso a algunos ministros, a plantear la necesidad de cambios «desde arriba». Incluyendo, por supuesto, un relevo ministerial.
«Este Gobierno actual no puede ser el primero del rey Felipe VI», comentó a quien suscribe un personaje influyente en el PP durante la recepción del pasado jueves en el Palacio de Oriente; ya se sabe que el rey, aunque no gobierna, tiene un papel primordial, como jefe del Estado, en la vida de la nación. El interlocutor, que hablaba privadamente, pensaba que hay «dos o tres» ministros «quemados» y que existe una obvia necesidad de modificar la estructura del Ejecutivo, nombrando una nueva vicepresidencia, de índole económica, y reforzando el carácter coordinador y la portavocía de la otra vicepresidencia, encarnada actualmente por Soraya Sáenz de Santamaría.
Por otro lado, mis interlocutores «populares» en la recepción que siguió a la ceremonia de entronización del nuevo Rey reconocieron, de manera casi unánime, que habría que mejorar las relaciones entre el Gobierno y el partido que lo sustenta -son positivamente malas-, intensificar la coordinación entre los presidentes autonómicos del PP -patentemente escasa- e intensificar la acción en el grupo parlamentario. Gobernar de otra manera, en suma.
¿Está Mariano Rajoy, fuente de todo poder, dispuesto a hacerlo? ¿Está dispuesto a iniciar cuanto antes algún tipo de diálogo con el presidente de la Generalitat, Artur Mas, que se presenta cada vez más crecido y ensoberbecido a medida que se acerca la fecha para una nueva «Diada»? Los interlocutores frecuentes del presidente no se ponen muy de acuerdo al respecto. Hay quienes admiten que al inquilino de La Moncloa le parece que todo va bien, una vez que las cifras macroeconómicas mejoran, y otros reconocen que Rajoy parece estar meditando en algunos pasos más allá de la mera reforma fiscal que presentó el titular de Hacienda este viernes tras el Consejo de Ministros.
Pero ¿cuáles son estos pasos más allá? Rajoy, la gran esfinge, calla y no conozco a nadie que diga saber cuáles son sus planes concretos para el mes próximo, que ya se sabe que julio es período propicio para hacer cosas en política sin que levanten demasiados comentarios. Máxime cuando la mayor atención en las semanas que vienen va a estar puesta, en principio, no en lo que haga o deje de hacer el Gobierno, sino en el congreso del PSOE y en el proceso de renovación interna que, algo a trancas y barrancas, pero avanzando, se está produciendo en el principal partido de la oposición.
Pero incluso este proceso, por si no bastase con lo ocurrido en la máxima magistratura del Estado, está resultando, dicen, un acicate para que Rajoy, que ya se sabe que es poco afecto a las mudanzas, «haga algo» en lo tocante a una dinamización política. El nuevo rey ya ha comenzado a trabajarse algunos colectivos sociales: víctimas del terrorismo, oenegés… mientras, hay que subrayarlo aunque las comparaciones resulten odiosas, el presidente permanece como aislado en su despacho monclovita. Un «síndrome de La Moncloa» que dura ya demasiado tiempo, sobre todo teniendo en cuenta que aún queda año y medio de Legislatura, dieciocho meses en los que pueden hacerse muchas cosas… excepto dejarlo todo como está.
Así, los cálculos más optimistas incluso de los más fieles a Rajoy, que comparten su prudencia de movimientos -vamos a llamarlo así-, insisten en que el presidente hará «algún tipo de ofensiva política, pero a su modo». Es decir, con cautelas, marcando unos tiempos de acción dilatados, sin la menor prisa. Pero ahora, tras esta intensísima semana institucional, en estos días en los que los candidatos a liderar el socialismo español recorren el país haciendo sus particulares campañas y lanzando no pocas propuestas regeneracionistas, la pelota está en el tejado del Ejecutivo. O sea, en el tejado de Mariano Rajoy. O sea, en ese tejado del palacio de falsos mármoles en la Cuesta de las Perdices en el que se toman todas las decisiones. Y, sobre todo, en el que últimamente se toman tan pocas decisiones. Que, ya digo, hay vida más allá de la reforma fiscal. O debería haberla.

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