MADRID, 27 (OTR/PRESS)
Lo malo no es que haya en España más aforados por metro cuadrado que en ningún otro lugar del mundo ni que tantos reclamen inmunidad para hacer lo que quieran sin ser responsables de nada. Lo grave es la impunidad que transmite el comportamiento de muchos de los que tenían que ser irreprochables.
El último caso es, sin duda, el de Jordi Pujol, el molt deshonorable, el de su familia y el de otros políticos catalanes que sabían y callaban, que han venido exigiendo a los demás actitudes éticas y denunciando actos delictivos también de los demás, mientras escondían los suyos. No es sólo el comportamiento de personas como Pujol, situado siempre por encima del bien, como un verdadero ser superior -mucho más que Florentino, como dijo Butragueño, mucho más que Zapatero-dios, como dijo Blanco, o mucho más estratosférico que el mismo Zapatero, como dijo la miembra Bibiana Aído-, sino el de otros muchos que de la política pasaron a la empresa o a las Cajas de Ahorros, dejaron lo que gestionaban como un erial y siguen paseándose como si hubieran sido víctimas y no responsables-culpables.
La pérdida de la confianza en los políticos está basada en la impunidad con la que actúan, en la falta de diálogo con los que representan, en el abuso del poder y de los mecanismos que tienen en sus manos -el dinero de los contribuyentes y el BOE, especialmente-, en la falta de mecanismos de control eficientes -una ineficiencia casi siempre intencionada y «legalizada»- pero sobre todo en que no tienen que rendir cuentas salvo que algún medio de comunicación no domesticado se empeñe en investigar lo que quien debe no investigará ni perseguirá nunca.
Decía Ortega («La rebelión de las masas») que el mayor peligro que hoy amenaza a la civilización es «la estatificación de la vida, el intervencionismo del Estado, la absorción de toda espontaneidad social por el Estado A esto lleva el intervencionismo del Estado: el pueblo se convierte en carne y pasta que alimentan el mero artefacto y máquina que es el Estado. El esqueleto se come la carne en torno a él. El andamio se hace propietario e inquilino de la casa». Muchos de los que están en el poder, y que seguramente llegan a él con las mejores intenciones, acaban compartiendo lo que Mussolini decía: «Todo por el Estado, nada fuera del Estado, nada contra el Estado», pero sólo cuando el que manda es el dueño único del Estado.
Ejemplos como el Jordi Pujol, 34 años al menos engañando a todo el mundo y una vocación insobornable de que eso no tenga consecuencias, dan cancha a los populismos que acabarán convertidos en «casta» y aprovechándose de la impunidad del poder. Ya verán ustedes cómo los que también han abusado del poder tampoco piden perdón ni rectifican sino que utilizan el error de Pujol para aniquilarle a él y a los suyos. Decía Sófocles, y ya ha llovido desde entonces, que «un Estado donde queden impunes la insolencia y la libertad de hacerlo todo, termina por hundirse en el abismo».