Francisco Muro de Iscar – El verano del odio.


MADRID, 24 (OTR/PRESS

Jamás el odio ha construido algo positivo. Es tan antiguo como la historia de la humanidad y tan destructivo como buena parte de los hombres, ahora y siempre. El odio sólo engendra más odio. Decía Alphonse Daudet que «el odio es la cólera de los débiles», pero tampoco los fuertes se libran de este terrible sentimiento que tanto daño está haciendo este verano a la humanidad. Las imágenes del asesinato del periodista Foley es el símbolo de cómo el odio destruye todo y provoca más odio como respuesta. No sólo se mata sino que se exhibe indecente e impúdicamente en un video terrible para que todo el mundo lo vea. El odio engendra el reclutamiento de yihadistas en los suburbios de ciudades europeas para que acudan al infierno en el que pueden acabar siendo bombas humanas o mujeres al servicio sexual de los combatientes.
El arzobispo copto de Bagdag ha dicho, y no le falta una parte de razón, que «Washington vino, destruyó Irak y allanó el camino a los yihadistas». Estados Unidos ha hecho demasiadas guerras que sólo han servido para aumentar el odio a Occidente. Pero es sólo la mitad del problema y hay que acabar con el odio que anula toda posibilidad de humanidad.
La barbarie inhumana contra Foley no es el único caso ni Irak el único lugar del planeta donde van ganando la partida los que odian y los que ignoran los derechos humanos. En Siria ya no pueden entrar los periodistas y eso permite que cualquiera de los dos bandos en guerra pueda cometer las mayores atrocidades. Sin testigos, el terror parece menos terror, pero destruye vidas de forma inhumana, incluso con el uso de armas químicas. «Morir ya no me da miedo. Lo que me aterroriza es quedar amputado, paralizado», ha dicho uno de estos ciudadanos sirios que nunca volverá a recuperar su vida anterior.
La guerra interminable entre Israel y Palestina ha dejado decenas de miles de muertos, pero sobre todo ha hecho crecer el odio en ambos bandos que hace imposible el acuerdo, la paz, ni siquiera una tregua duradera. El odio mata más que las balas -que no distinguen entre inocentes y culpables- porque acaba con las esperanzas de paz o de diálogo. Los túneles bajo tierra o los mal llamados «asesinatos selectivos» sólo sirven para que crezca el odio.
En Ucrania hemos visto escenas terribles con los detenidos por uno u otro bando. Y en Ferguson, Estados Unidos, los negros vuelven a ser carne de cañón. En Africa, la guerrilla de Boko Haram campa a su aire secuestrando niñas, matando a personas indefensas y riéndose de todos. El odio, que es intolerancia pura, mata a los que tienen una fe diferente -cristianos, yazidis-, un color diferente, una forma de vida diferente. El mundo sangra este verano y, como decía Sartre, «basta con que un hombre odie a otro para que el odio vaya corriendo hasta la humanidad entera». ¿Dónde están la ONU, la OTAN, la comunidad occidental…? ¿Cómo es posible que estén permitiendo esta explosión de odio? Hay que acabar con el odio antes de que el odio acabe con todos nosotros.

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