Al margen – Jack el Destripador y las preferentes


MADRID, 10 (OTR/PRESS)

Sorprende que la resolución de un misterio que ha intrigado desde hace más de un siglo, el de la identidad del asesino múltiple de Wittechapel designado como Jack el Destripador, haya suscitado tan escaso interés y tan nula emoción. Según unas recientes pruebas de ADN, el feminicida era un peluquero polaco. ¿Y bien?

En realidad, el frío acogimiento de semejante revelación no debe sorprender: el misterio es mucho más fascinador que la presunta certidumbre de unas pruebas científicas. Es más; el interés por la historia de Jack the Ripper radicó siempre, fundamentalmente, en que nunca se supo quién era el marrajo ejecutor de aquellos crímenes abominables, y, en consecuencia, en las locas conjeturas sobre su identidad, que si el cirujano de la Reina, que si un pintor francés, que si un aristócrata venático… Que el degenerado resultara ser un peluquero polaco no alcanza, por mucho ADN que se le eche, a destruir el arquetipo del mal que la literatura creó gracias a la inepcia de la policía londinense y a la atracción por el abismo de los lectores. Pero es que, encima, los misterios que los españoles quisiéramos de verdad resolver, esos no nos los resuelve nadie.
Por ejemplo: ¿Quién se metió en la buchaca los ahorros de los 300.000 trabajadores que Caja Madrid, hoy en Bankia, les sustrajo mediante la estafa de la Participaciones Preferentes? Muchos miles de millones. O traducido a la realidad: mucho sudor, mucho esfuerzo, mucho trabajo, muchos madrugones, muchas privaciones. Se sabe ahora que ni la mitad de las víctimas de ese despojo perpetrado por las Cajas del PP (con la colaboración del PSOE, IU, UGT, CC.OO. y los empresarios) que acudieron al arbitraje ful que se inventó el Gobierno de Rajoy para apalancarse el máximo de los sustraído, han recuperado su dinero. El «caso Bankia», empantanado en la Audiencia Nacional por la inanidad de la Fiscalía y por las presiones y estorbos que sufre el instructor en sus pesquisas, contiene la respuesta. En todo caso, el misterio de que centenares de miles de españoles lleven casi tres años sin poder recuperar lo que les pertenece, se antoja más impenetrable que el del mismísimo Jack.
En vez de para reventar absurdamente un misterio tan apasionante como el de Jack el Destripador, ya podía utilizarse el ADN en las huellas, en los rastros, que dejaron los ladrones de las Cajas en los billetes.

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