Pedro Sánchez se hace famoso en Sálvame.


Puede parecer un tema baladí, pero no lo es. Se debate estos días si los políticos deben aparecer en los programas de televisión para llegar al público. Cuando Pedro Sánchez salió elegido secretario general de los socialistas, aunque para muchos ya estaba crucificado, dijimos que había que darle una oportunidad. Ha pasado poco tiempo, pero ya hemos visto lo que puede dar de sí. Flojo, flojo. Aunque dice identificarse más con Felipe González, parece un Zapatero, pero en peor, más inane y relativista si cabe, con un discurso ambiguo en temas tan candentes como la ley de consultas y el referéndum de Cataluña, sobre el que le hemos oído opinar una cosa y la contraria. Lo que sí tiene claro el político de las tres erres es el derecho al aborto, a la eutanasia, y su intención de romper los acuerdos con la Santa Sede. Pero el extremo que define su personalidad, guinda a su vez de su corta trayectoria, fue su intervención telefónica, en Sálvame. El tema no ha dejado a nadie indiferente y cada cual lo analiza y politiza a su antojo: Pons y Alonso diciendo que mejor sería que estuviera trabajando en el despacho y llamando a sus compañeros socialistas catalanes. Otros, como Rosa Díez han preferido sumarse a la idea populista y políticamente correcta de por qué no. Pura hipocresía para caer bien a la audiencia y que los conductores de los programas –en este caso J. J. Váquez— no los pongan de vuelta y media. Hay que arañar el voto donde sea. Ahora bien, el debate está mal planteado. Se ha querido poner como ejemplo a los políticos estadounidenses, que a lo largo de los años han ido desfilando por los shows de Ed Sullivan, Larry King o Jimmy Fallon, donde también han hecho sus payasadas. Lo hacen porque eso los hace más cercanos.

Lo que los expertos denominan hibridación de géneros ha dado lugar a la neotelevisión, basada en programas que combinan información y entretenimiento, o más en concreto, política y humor. Incluso los informativos, considerados como espacios de conocimiento y enseñas de las cadenas, se han ido convirtiendo en “infoshows” que pretenden captar la atención del telespectador buscando su emotividad a través del sensacionalismo, la crónica frívola y la banalización. ¿Debe ser contenido de telediario el desfile de Victoria Secret, la actuación de un rockero, u otras noticias sangrientas propias del extinto El Caso?

El periodismo satírico, considerado por algunos pseudoperiodismo, coloca la barrera de lo legal lo suficientemente distante como para permitir casi todo, bajo los epígrafes de la sátira y el divertimento. Sus contenidos casi siempre acaban siendo humor disfrazado de información, con todo lo que ello conlleva. Los antiguos magazines también han degenerado en una suerte de mixtura en los que pueden aparecer juntos la criada de un famoso desvelando interioridades de aquel – incluso sus gustos sexuales—, el doctor Patarroyo hablando de los avances de su vacuna contra la malaria, los de Gran hermano con su “edredoning”, y una tertulia política. Eso sí, con mucho griterío, porque hoy la gente no sabe hablar si no es a gritos. ¡Pero esto es lo que hay! La televisión concebida como bien social ha desaparecido. Lo siento por los nostálgicos y por los que creen que otra televisión es posible, entre los que me incluyo.

Dicho esto, y a propósito de la intervención de los políticos en los programas de televisión, hay que distinguir; por eso dije al principio del artículo que no es un tema baladí. Sálvame no es un programa de entretenimiento, ni de corazón. A mí me parece escandaloso que a pesar de estar vulnerando a diario la franja de “horario protegido reforzado”; de los cientos de demandas por injurias y calumnias; de atentar contra la moral social, continúen tan campantes como si todo les estuviera permitido.

El día que Pedro Sánchez entró por teléfono, estaban hablando del maltrato animal, a propósito del toro alanceado de La Vega. (Aprovecho desde aquí para llamar salvajes a todos los que se divierten con la tortura de los animales e incluyo a los que abandonan perros y otras mascotas). El presentador dijo que en Tordesillas gobernaban los socialistas y que no iba a volver a votarlos. Ante el miedo de que Vázquez pudiese ser imitado por sus telespectadores, Pedro Sánchez llamó y le prometió impulsar leyes contra el maltrato animal. Pero, ¿cómo pueden hablar de la defensa de los animales quienes se dedican a despellejar vivas a las personas, solo por el morbo de una audiencia anestesiada, comparable a los asistentes al circo romano, que contemplaban al son de los aplausos cómo morían los gladiadores, o los cristianos bajo las fauces de los leones?

Sálvame es un programa antipersona que denigra, sobre todo a la mujer. Yo misma he presenciado cómo a una periodista se la vapuleaba hasta hacerla llorar y casi desmayarse. Entre sus colaboradores, uno tiene una condena por malos tratos infligidos a su exmujer. Sálvame es un programa que hace aflorar los más bajos instintos del ser humano.

Algunos políticos no se hacen de rogar a la hora de comparecer en este tipo de programas. Como Revilla, que con tal de dar la nota es capaz de ponerse las madreñas. Esperanza Aguirre siempre está dispuesta a contestar, aunque luego tenga que arrepentirse y pedir disculpas, ¡por decir lo que piensa!, no siempre en el marco de lo políticamente correcto. Por eso tiene encima a los agentes de movilidad ciudadana. ¡Suerte! También ella intervino en Sálvame desde una inauguración pública en el pantano de San Juan, en el 2009. Pero no es comparable. En esa ocasión lo hizo como caridad, para no desairar a la reportera. Pedro Sánchez y quienes le apoyan dicen que “hay que ir a donde está la gente”. Eso me ha hecho recordar al entonces ministro José Blanco cuando en Mayo de 2010 intervino en el programa La noria y pronunció las mismas palabras.

Un político debe ser conocido, votado y respetado por sus propuestas y el cumplimiento de las mismas. Ir a Sálvame para ser más conocido puede que a Sánchez le pase factura. Lo de El hormiguero es otra cosa, aunque tampoco es el medio ideal para adquirir popularidad. Cuando el político es conocido por su labor –buena o mala—al ciudadano puede interesarle cómo toca la flauta o cómo coloca los calcetines cuando se acuesta. Pero Pedro Sánchez aún no despierta curiosidad. Aun así, su entrada en el programa ha normalizado la vulgaridad, la mala educación y en algunas ocasiones el presunto delito. Al menos para los socialistas. Ir a donde está la gente, sí, pero si la gente está en el barro, hay que ayudarla a salir, no hundirla más en él y decir que es guay. ¡Y Sálvame es el barro!

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Por Magdalena del Amo
Periodista y escritora, pertenece al Foro de Comunicadores Católicos.
Directora y presentadora de La Bitácora, de Popular TV
Directora de Ourense siglo XXI
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Autor

Magdalena del Amo

Periodista, escritora y editora, especialista en el Nuevo Orden Mundial y en la “Ideología de género”. En la actualidad es directora de La Regla de Oro Ediciones.

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