Charo Zarzalejos – Tiempos de catarsis.


MADRID, 9 (OTR/PRESS)

Vivimos tiempos convulsos. Apenas nos quedan certezas y muchos iconos sociales y políticos han resultado ser dioses con pies de barro y ha tenido que llegar el dramático caso de contagio de ébola, con Excalibur incluidos, para que este incipiente Otoño se haya convertido en un negro invierno. Estamos viviendo tiempos convulsos que deben actuar a modo de catarsis que sirvan para que en España se marque con claridad un antes y un después.
En ese antes nos todo ha sido terrible y maléfico. No sería justo establecer una enmienda a la totalidad porque ni todos los representantes públicos han sido corruptos ni los partidos que ahora se llaman «convencionales» han sido, por sistema una cueva de ladrones. Ahora estamos viendo como en ese antes ha habido imposturas que claman al cielo, corruptelas y corrupciones que minan la confianza de los ciudadanos y que, con toda justicia, provocan auténtica ira y frustración. Y está bien, muy bien que los ciudadanos conozcamos los desmanes protagonizados por personas relevantes. Tan relevantes que se han permitido hablar en público de decencia, que han sido referentes para multitud de ciudadanos honrados y que ahora, como debe ser, han sido excluidos de sus siglas, sindicatos o consejos de administración.
No habíamos salido del asombro provocado por las famosas tarjetas «black», cuando nos llega el primer caso de contagio de ébola en España. El primero en Europa fuera de Africa. Los medios de comunicación se volcaron en nosotros y nosotros nos preguntamos ¿cómo es posible que nos ocurra esto?. Pues ha ocurrido y con absoluta perplejidad asistimos a una rueda de prensa que pasará a la historia, con una ministra que pasa un día clave absolutamente escondida, con una infectada que sólo, pasados unos días cree recordar que se tocó la cara con los guantes, con una pugna soterrada entre Gobierno y Comunidad de Madrid, con movilizaciones por un perro y no por los muertos de Africa, como bien ha recordado Eduardo Madina. Un caos, un absoluto caos porque nada es lo que parece ni nada parece lo que es.
El escándalo de las tarjetas debe servir para que nunca más haya una sola tarjeta que no se ajuste a la más estricta legalidad, a la ética y a la estética que una democracia limpia y sería debe exigir y el contagio del ébola debe servir para que de una vez por todas, las administraciones implicadas en salud o en cualquier otro asunto de especial importancia, hagan cursillo acelerado de coordinación y de reparto doble y cierto de responsabilidades. Debe servir para que nunca más se baje la guardia ni en medios ni en formación.
Nuestro «antes» está cargado de vicios, de disfunciones, de insensateces, de sectarios y urge ponerse a trabajar, a diseñar en ese «después» –que ya ha comenzado– en el que se pueda recoger todo lo bueno que entre todos hemos realizado y despreciar, enterrar todos esos vicios, algunos muy profundos, y sustituirlos por nuevas pautas de comportamiento, por nuevos referentes, por nuevos niveles de exigencia y por la demanda civilizada y razonada de conductas que no nos produzcan bochorno, que no nos generen incertidumbres, que no nos den pie a creer a aquellos que no merecen nuestra confianza. Y esto vale para todo. Para las tarjetas, para el ébola, para los partidos, para políticos y también ¿por qué no? para nosotros, los periodistas.
No podemos dejar que nuestros males pasen como la luz por el cristal en este otoño que a día de hoy, es un otoño triste y confuso. Confiemos, exijamos que el agobio de hoy se transforme en decencia y competencia de mañana.

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