MADRID, 18 (OTR/PRESS)
Podemos se asoma a la toma de decisiones importantes sobre su futuro. Se juega ser flor de un día o un nuevo invitado fijo en la democracia española. Es lógico, por tanto, que su líder, Pablo Iglesias, apele a la centralidad del tablero. Nace avalado por la ilusión que genera, de la que fue buena muestra su espectacular resultado en las europeas, donde supo conectar con una parte del electorado, al que ofreció regeneración frente a la casta. Su discurso rupturista es evidente que seduce a muchos españoles.
Tal vez frente a estos aspectos positivos, también hay sombras: su discurso no siempre es coherente y a veces se vuelve tan utópico como irreal. Un ejemplo claro: la mayor parte de su discurso económico es incompatible con la permanencia en el euro y el pago de la deuda. Pablo Iglesias habla bien pero no siempre sabe lo que dice cuando habla de macroeconomía. Necesita que alguien le haga más fichas.
Entre ellos tampoco hay unidad de criterio, algo comprensible en el nacimiento de un partido. Da la impresión de que Pablo Iglesias, Carolina Bescansa, Luis Alegre, Juan Carlos Monedero e Iñigo Errejón saben un poco más de organización que Lola Sánchez, Teresa Rodríguez y Pablo Echenique, pero está por ver que sale de la asamblea sobre aspectos como la estructura del partido y las candidaturas a las municipales, donde Pablo Iglesias -con inteligencia política- no quiere quemar la marca.
Si para alguien es una amenaza Podemos es para el PSOE; máxime si no sabe asumir su diagnóstico y algunas propuestas. En ese sentido, el PP sale ganando, ya que si Podemos se consolida y frena la recuperación del partido de Pedro Sánchez, los populares seguirán siendo la primera fuerza política del país. Más allá de la política partidaria y de lo que haga el PP, la derecha económica sí puede ver con recelo a Podemos. Su programa económico conocido puede resultar inquietante para los inversores, en todo caso tranquilos si Podemos solo es una fuerza de la oposición.