Andrés Aberasturi – Y ahora elecciones plebiscitarias.


MADRID, 24 (OTR/PRESS)

El problema lo han llevado tan lejos que la negociación ha dejado de ser posible si es que alguna vez lo fue. Por una parte el presidente Mas y quienes le acompañan en su aventura sólo tienen un objetivo sentimentalmente legítimo aunque no parece ser compartido por una mayoría suficientes de catalanes: la independencia. El Gobierno de la nación, el partido que lo sustenta así como el principal partido de la oposición y la mayoría cualificada del Congreso de los Diputados tienen la Ley a su favor en un marco constitucional que no contempla siquiera la posibilidad de las aspiraciones de Mas. Y ya no hay terceras vacías. Desde algunos foros que tratan de ser equidistantes se empeñan en un imposible: tienen que negociar. Bien ¿pero negociar qué, exactamente? Porque ni la posibilidad -injusta por otra parte y que sería denunciada por el resto de las comunidades- de un trato preferencial para Cataluña, ni la solución federal del PSOE, parecen soluciones que los secesionistas estén dispuestos a aceptar. De nada se puede hablar salvo de la independencia, no hay nada que negociar salvo la secesión por las buenas o por las regulares. Y para eso el Parlamento catalán aprobó lo que aprobó apoyado -siento tener que recordarlo- por una de las meteduras de pata más histórica de Zapateros cuando era el presidente del Gobierno: «Apoyaré el estatuto que salga del Parlamento de Cataluña» y aunque naturalmente fue el propio Zapatero quien recurrió nada menos que diez puntos del estatuto que salió, lo dicho, dicho estaba y los independentistas catalanes comenzaron una carrera que nos ha llevado hasta donde estamos.
Y cada vez que uno escribe sobre el tema, las redes sociales se llenas de soflamas extremistas de un lado y del otro y de algunas reflexiones serenas y absolutamente admisibles del tipo «¿tan difícil es que acepte usted que queramos tener derecho a decidir nuestro futuro? A eso se llama democracia y usted es demócrata ¿o no?» Al margen de la puntilla final -que entiendo como irónica- el resto es absolutamente aceptable, pero nos devuelve inevitablemente al origen de todo; no se trata de discutir el derecho a decidir que, obviamente, es la base de la democracia; el problema no está ahí sino en qué se va a decidir y quienes van a participar en esa decisión. Y de la misma forma que no sería constitucional hacer un referéndum sin más sobre la restauración de la pena de muerte, tampoco se contempla esa posibilidad para el tema de la secesión -que es lo que nos ocupa- y menos aun si ese derecho a decidir sobre separarse o no del resto del estado, sólo afecta a los catalanes y no a todos los españoles. Si aceptamos el precedente en Cataluña, habría que aceptarlo también para el resto y volveríamos al cantón de Cartagena y su petición de formal de formar parte de los EEUU.
Y ahora, fracasado el proyecto del 9-N, convertido en un simulacro sin sentido por falta de las mínimas garantías y con graves discrepancias internas, se presenta la posibilidad de unas elecciones plebiscitarias que en primer lugar eran propias de los países soviéticos y en segundo lugar serían igualmente ajenas al orden constitucional. La mítica declaración unilateral de independencia, ni siquiera se ganaría por una mayoría reforzada -cuestión que se exige hasta en Quebec donde re reconoce que sería necesario que la eventual mayoría independentista si aspirase a ser tomada en consideración por el resto tendría que ser clara e incontestable. Y no se trata de ir contra Cataluña ni mucho menos contra los catalanes sino más bien de ser más coherente que patriota. Las cosas son como son y si se quieren cambiar habrá que hacerlo desde la legalidad. Me gusta -y lo tengo escrito- la idea de una Europa de los pueblos pero a fecha de hoy y con la que está cayendo lo primero es retejar para evitar las inundaciones en las que vivimos todos y una vez solucionado ese gravísimo problema, ya hablaremos del resto y habrá que preguntarse si ese resto es posible en un mundo global y si mejoraría o no la vida de los ciudadanos que es -debería ser- el único objetivo de los que voluntariamente se han prestado a representarnos a todos. Y todos, no conviene olvidarlo, son todos.

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