Siete días trepidantes – Aquí, en España, también hay muros que derribar.


MADRID, 8 (OTR/PRESS)

Mire usted por dónde, hasta en los medios catalanes la fotografía de portada era la de Berlín iluminando el trayecto de lo que fue el muro. Símbolo de un hecho que conmocionó y cambió el mundo hace un cuarto de siglo. La foto eclipsaba, por ejemplo, a la que buscaban los organizadores del mítin final en Barcelona de esa aguada «campaña electoral» que desembocará este domingo en una votación que sigue sin definirse muy bien acerca del por qué y para qué se realiza: ya no es referéndum, ni consulta… ¿tal vez una encuesta a pie de calle y con urnas colocadas quién sabe dónde? Así que el acto final, paradójicamente realizado en la plaza de España de la Ciudad Condal, organizado a favor del «sí» en la noche del viernes por la Asamblea independentista, ni fue tan concurrido como sus patrocinadores hubiesen querido, ni ha tenido, lo estoy comprobando «in situ» en estas horas, el eco buscado. Toda una premonición de lo que pueda ocurrir a partir de este domingo: unas jornadas, las siguientes al 10-n, en las que debería predominar la negociación, el pacto, el diálogo entre la Plaza de Sant Jaume y La Moncloa en busca de un mínimo de tranquilidad para los ciudadanos agobiados, asustados y cabreados. Sobre todo, ya lo decía la encuesta del CIS, esto último: cabreados.
Lo que ocurre es que no estoy muy seguro de que los respectivos inquilinos en la sede de la Presidencia del Gobierno central y en la Generalitat se hallen con los ánimos demasiado sosegados como para emprender una cimentación del Estado, una regeneración a fondo, un enorme pacto político que tranquilice a nuestros hijos y a los hijos de nuestros hijos. Desde luego, Artur Mas puede ser cualquier cosa hoy por hoy menos el paradigma del sosiego. Y en cuanto a Rajoy… Allí estaba Mariano Rajoy, en Cáceres, haciéndose la foto junto a un Monago destrozado por sus ya famosos viajes a Canarias. Puede que los asuntos de corrupción se olviden en este país dispuesto hasta a perdonar los deslices de una Infanta que ya está tardando en dejar de serlo; pero hay «affaires» que siguen rodando de sonrisa maligna en sonrisa maligna, de carcajada en carcajada, y eso debería hacer pensar al presidente extremeño, inoportunísimo anfitrión de la «cumbre» por la regeneración de su partido, en marcharse. Como ha tenido que hacer, por idénticos -y digo idénticos- motivos a los suyos, su correligionario turolense Carlos Muñoz Obón, a quien la presidenta aragonesa ha exigido, y ha hecho muy bien, que abandone acta, cargos y militancia.
Que a partir del día 10 se consoliden las negociaciones -que, por cierto, nunca cesaron- entre Barcelona y Madrid para derribar ese intangible muro entre Cataluña y el resto de España; que el PP asuma hasta las últimas consecuencias la irritación ciudadana por tanta corruptela como está estallando; que la esposa de don Iñaki Urdangarin pase a ser simplemente eso, la ciudadana Cristina de Borbón, serían tres cosas muy deseables para emprender esta idea de que España necesita derribar sus propios muros, que ni están en Berlín ni son visibles, pero que dividen al país nuevo del viejo. Y eso, claro, depende de todos nosotros, incluyendo también a esos denostados líderes políticos a los que las encuestas sacrosantas vapulean cada mes. Pero más aún que del resto depende del más vapuleado de todos esos dirigentes, castigado con una impopularidad aún mayor que la de los más discutidos líderes partidarios. Me refiero, desde luego, a Mariano Rajoy, de quien un ministro que le es muy próximo dijo que estaba viviendo «horas de agonía» en La Moncloa, a causa del estallido de casos -afortunadamente, la mayoría pretéritos- de corrupción que afectan a todos, pero especialmente, dado que es la formación gobernante, al PP.
Siento el mayor respeto por Mariano Rajoy. Me desesperan sus tiempos lentos, su lejanía, la falta de explicaciones y de contacto con el ciudadano. De alguna manera, ahora encarna esas viejas formas de gobernar que, en algún momento, le dieron buen resultado. ¿Qué hará Rajoy? Escucho muchos rumores, sin duda dislocados y desbocados, procedentes de La Moncloa, o de sus aledaños: el Partido Popular empieza a ser una jaula de grillos, dicen viajeros a La Moncloa o a la calle Génova. Y yo no quiero eso para mi país, especialmente cuando hay que reconocer que el PP es, en estos momentos, la única formación con solidez y votos suficientes para hacer frente a los muchos desafíos que pesan sobre el «statu quo», para encauzar el riesgo de que quienes quieren derribar nuestros particulares muros no sepan cómo hacerlo sin daños a los edificios cercanos, que traten de echarlos abajo a base de cartuchos de dinamita y no con piquetas, paciencia y cautela. Que es lo que ahora necesitamos: decisión para utilizar piquetas, cautela para manejarlas y paciencia, pero no tanta, para aguardar los resultados.

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA

Lo más leído