MADRID, 12 (OTR/PRESS)
Rajoy debe pensar que para lo que le queda en el convento, pues eso dentro. Poco amigo de los problemas, la política, el arte de desenredar la madeja de ellos que suscita la convivencia social, le produce, como es natural, un particular rechazo, y de ahí ese su proverbial dontancredismo que tan buenos resultados le ha dado a él y tan pésimos a la nación. Así como Mae West cuando era buena, era muy buena, pero cuando era mala, era mucho mejor, Mariano Rajoy es malo cuando no hace nada, y cuando hace algo, mucho peor, cual parece desprenderse de sus amagos ante el siroco independentista catalán.
La inanidad política del todavía presidente del Gobierno, que al fin ha comparecido en carne mortal y en rueda de prensa con preguntas, ante el serio problema político de la deriva soberanista catalana, era nefasta, pero la judicialización de ese problema político, que es con lo que amaga, es peor. ¿Acaso cree, ni él ni nadie, que eso pueda desactivar la pulsión independentista catalana, exacerbada hasta el límite, por cierto, durante los tres años de su desatentado gobierno? Antes al contrario, cualquier medida intimidatoria, de fuerza, contradictoria con el diálogo, otorga más munición, y hasta más razón, a quienes quieren divorciarse del Estado central. Rajoy lo sabe, pese a todas sus limitaciones lo sabe, pero siendo como es, prefiere aplazar el asunto, el problema, hasta cuando ya no esté, a fin de que se lo coma el que le suceda. De ahí lo del convento y lo de, para lo que le queda en él, hacer esa escatológica inconveniencia dentro.
La judicialización como simulacro o sustitución de la acción política es una barbaridad que nunca en la historia cosechó, a la larga, buenos resultados. Ni a la corta. Pero él ya no estará para recoger la fruta podrida que no se recogió a tiempo. Lo mejor cuando hay un problema, dijo Rajoy una vez, es que no te pille ahí. Pero le ha pillado, y todavía en el convento.