MADRID, 14 (OTR/PRESS)
Si en algo han tenido razón los críticos con el 9N de Cataluña, ha sido en que los resultados no son como para sacarlos a pasear por el mundo. No digo yo -como Rajoy- que la cosa haya sido un fracaso, pero vista sin lecturas interesadas y desde la distancia objetiva, el porcentaje de votantes ha sido más bien tirando a escaso. Pero no volvamos al pasado porque de nada sirve.
Vamos al incierto futuro que siempre resulta mucho más apasionante. Si el presidente Mas pudiera, lo más lógico es que pactara o llegara a acuerdos con el PSC y se deshiciera del enemigo que duerme en su cama y que ya ha avisado que no apoyará ni los presupuestos. La única vía coherente que queda a estas alturas es que el tiempo baje poco a poco la fiebre independentista de un sector muy determinado y activo para dar paso a lo que siempre fue Convergencia: un partido sensato que volvería a contar con el apoyo de Unió y la ayuda de los socialistas. ¿Cuál es el problema? Que Artur Mas -ni siquiera posiblemente toda Convergencia- ya no puede tirarse del tren en marcha porque él mismo lo ha puesto a una velocidad desorbitada y cualquier intento de dejarlo sería un suicidio: eligió a Esquerra como compañera de viaje y creó una serie de instituciones cívicas para que le apoyasen en el camino pero que le han superado ampliamente y ahora le exigen que cumpla lo prometido. Artur Mas está solo y, descartada la petición de ayuda mútua al PSC, la único vía que le queda es otra ocurrencia que ni un solo experto en Derecho Constitucional admite como válida: las elecciones plebiscitarias que no existen en España, que no se contemplan, que serían otro engaño al pueblo porque no tendría ninguna consecuencia jurídica real.
Imaginemos ese escenario que plantea Junqueras en cualquiera de sus variantes: todos los partido soberanistas juntos con un programa que tuviera un solo punto -la secesión de Cataluña- o cada uno por su cuenta pero con el mismo objetivo. Sigamos imaginando que ganan esas elecciones y que al día siguiente cumplen con su programa de un solo punto. La única posibilidad que tienen es la declaración unilateral de independencia que -al margen de que pudiera ser o no un fraude de ley desde su inicio- carecería de cualquier reconocimiento: ni el Gobierno del Estado -naturalmente- admitiría semejante cosa, ni la Unión Europea, ni la ONU ni ningún foro serio internacional. Tal vez la Venezuela de Maduro mandara un embajador, pero no parece que semejante amistad fuera suficiente. Al día siguiente de la declaración unilateral habría que abrir las tiendas, y los bancos, y llegarían el AVE de Madrid, y funcionaría el puente aéreo y sólo las multinacionales tal vez y la grandes empresas catalanas, tendrían ya pensado un plan B porque no es fácil estar en un país unilateralmente independiente que se convertiría en una isla dentro de un mundo global.
Lo de las elecciones plebiscitarias -que son propias de dictaduras que cultivan el culto a la personalidad- sencillamente no tienen ningún valor en España, no están contempladas, no existen. ¿Qué pretenden entonces? ¿Volver a la senda inútil de la ilegalidad esta vez internacional? No entiendo como Mas ha llegado a esta situación y se ha enredado en ese bucle del que solo puede salir ahogado.