MADRID, 16 (OTR/PRESS)
Me pregunto le dirá Mariano Rajoy a Artur Mas en la carta que, probablemente, ha ido redactando en el curso del largo viaje desde Australia a España. El presidente se despidió de la «cumbre» del G-20 en Brisbane con una conferencia de prensa en la que habló mucho más de Cataluña que del cambio climático o de la espantada de Putin, irritado por los reproches que recibió tras su por otra parte impresentable actuación en Ucrania. De hecho, el próximo viaje de Rajoy a Cataluña ha ocupado más titulares que su estancia en las antípodas junto a líderes como Merkel, Obama, Cameron y demás. Sintomático, sin duda.
Claro que tampoco conocemos, y esto es típico de la forma de comportarse los políticos españoles -y no solamente españoles-, qué le dice el president de la Generalitat al jefe del Gobierno central de España en la misiva que le envió, aupado tras dos millones doscientos cincuenta mil votos, inmediatamente después de que, el domingo día 9, se registrase la pacífica y bastante masiva jornada de votación «informal» en torno a la doble pregunta que incluía la posibilidad de ir hacia una independencia. Mas está ensoberbecido, y Rajoy parece como varado, a juicio de muchos comentaristas, desde los que pueblan los digitales hasta los de «The Economist», cuyo último número ha caído, dicen, como una bomba en La Moncloa, aunque su principal inquilino siempre presume de no hacer caso alguno a la prensa.
Artur Mas comprueba que hasta se ha montado un pequeño conflicto entre el Gobierno central y la Fiscalía a cuenta de la presentación, o no, de sanciones contra la actuación de la Generalitat en esa jornada, que Mas quiere que sea un antes y un después, del 9-n. Demasiado bien sabe él que no habrá sanciones. En su carta, seguramente habla -lo ratifican fuentes fiables en Barcelona- de la necesidad de ir a un «referéndum de verdad», en el que los catalanes decidan si quieren o no ir hacia la independencia del resto de España. El cree que le ha salido muy bien el «ensayo», que obviamente no estaba destinado a ser tal. Por el contrario, Rajoy dijo en su rueda de prensa del pasado miércoles que había sido «un fracaso». Así que ya desde el diagnóstico empiezan, como era de esperar, las diferencias.
Dice Rajoy que va a iniciar de inmediato un (breve y limitado) recorrido por Cataluña, que la asesoría monclovita está ahora definiendo y delimitando para que sea un éxito. Quiere lanzar un mensaje de paz, de conciliación, de cooperación, a los catalanes. Se supone que, sobre todo, a esos catalanes, cuatro millones, que no fueron a votar el domingo 9, y a los que Rajoy atribuye, sin mayores datos, una voluntad anti independentista. Puede que sí, puede que no. Definir lo que quieren las mayorías silenciosas es siempre difícil y arriesgado. No puede Rajoy equivocarse en ese análisis. Ni tampoco en el análisis de lo que significa «Podemos», un movimiento que el jefe del Gobierno tiende a minimizar, lo que resultaba esperable, pero que tiene un recorrido propio que ni Rajoy, ni Pedro Sánchez, este domingo a la busca de sus propios titulares junto a Susana Díaz, pueden ya desconocer sin grave riesgo de desestabilización de sus propias formaciones. Y del sistema, por cierto.
Así que el regreso de Rajoy de Brisbane está lleno de desafíos: Pablo Iglesias que quiere cargarse el «candado del 78», o sea, la Constitución vigente, y Sánchez, que le invita a reformarla. Y Artur Mas que quiere, claro está, saltársela. La propuesta del presidente del Gobierno, consistente, básicamente, en dejarlo todo como está, resulta poco realista. Así que Rajoy tendrá que actuar de manera contundente, más convincente de lo que se mostró en su rueda de prensa del pasado miércoles y, este sábado, en Australia. No puede despachar lo que ocurrió este sábado en el teatro Nuevo Apolo de Madrid, escenario del acto de Podemos, en el que Iglesias invitó a cargarse el «candado del 78», con un mero y despectivo «lo dicen por desconocimiento». Cierto que ni Iglesias ni su entorno parecen muy versados en la historia de los últimos cuarenta años, pero puede que sean muchos los ciudadanos que también ignoran, por desconocimiento o voluntariamente, las grandezas, y las miserias, de la transición: habrá que explicárselo, no despreciar a nadie.
Tirar balones fuera, acusando al equipo rival de haberlos arrojado a propósito fuera del campo, es algo que ya difícilmente vale. Como resulta poco comprensible que no haya llamado ya a Mas para «evacuar consultas». Ni a Sánchez para emprender juntos esa «cruzada catalana». Gobernar es también eso. No solamente apelar a una recuperación económica -«España es un ejemplo en todo el mundo», dijo en Brisbane- que sin duda es cierta, pero que los ciudadanos, voten a quien voten, siguen sin notar. Mientras, en cambio, notan muy bien que aquí ha habido -quizá ya no hay tanta- corrupción política, mucho dinero mal habido que no ha sido devuelto y una gobernación desde formas y fórmulas «de la transición» que probablemente haya que cambiar sustancialmente, aunque quizá no, como quisiera el vibrante Pablo Iglesias, de arriba a abajo.