MADRID, 18 (OTR/PRESS)
¿Es Podemos un partido capaz de gobernar en España? Si se cumpliesen los indicios que ahora arrojan las encuestas, esa es una posibilidad. Yo, la verdad, tengo algunas dudas de que ahora mismo la formación que lidera Pablo Iglesias sea capaz de manejar las riendas de esta complicadísima realidad que se llama España.
Resulta, estos días, inevitable para el cronista político hablar de Podemos. Estuve el pasado sábado en el «pistoletazo de salida» en Madrid de esta formación como partido, que, aun antes de serlo formalmente, cuenta ya con cinco eurodiputados y unas expectativas de voto, según las encuestas, superiores al veinte por ciento. Comprobé que, en efecto, las propuestas concretas eran aún pocas -al margen de las presentadas en la campaña europea–, porque ahora comienza lo que podríamos llamar la elaboración de un «programa electoral», aunque en principio no se vayan a presentar, como tales, a las elecciones municipales y autonómicas de mayo.
Ocurre, sin embargo, que tanto Pablo Iglesias como otros líderes de Podemos se han empleado a fondo en los últimos días en comparecencias en algunos -que no todos- medios informativos y hemos podido, poco a poco, ir deduciendo por dónde van algunas de sus ideas actuales a la hora de organizar las diversas parcelas de lo que sería la gobernación del Estado.
He seguido muy atentamente estas comparecencias, porque sigo anonadado ante el «fenómeno Podemos», que me resulta inédito tras tantos años de «mirón» de la política española: en apenas diez meses de vida podrían ser la opción preferida de los españoles, aunque yo me permito, sin mayores datos que el sentido común, dudar de que esto sea así a la hora de la verdad. He comprobado que en algunos asuntos -pago de la deuda, «no» a la educación concertada- parecen haberse recortado algo los «programas de máximos»; pero estimo que, en el proyecto de esta nueva -y, desde luego, atractiva por sus críticas al mal funcionamiento del sistema- formación, siguen conteniéndose elementos más bien utópicos que colindantes con la realidad. Por ejemplo, la semana laboral de 35 horas, la renacionalización de empresas privatizadas, jubilación a los sesenta años, salida por referéndum de la OTAN -en la que entramos, por cierto, por referéndum–, acento en las energías renovables… Lo digo así, algo desordenadamente, que es como van llegando, con cuentagotas, las propuestas a la opinión pública.
Es decir, todavía no hay programa, y las sugerencias que van y vienen se encuentran, me parece, sometidas a revisión. Pero no basta, a la hora de elaborar un programa, con decir que nos vamos a dejar asesorar «por los mejores». ¿Quiénes son «los mejores», qué orientación tienen sus ideas y sus proyectos? ¿quién certifica su idoneidad? Un partido no es una amalgama de ideas dispersas llegadas del más allá, sino un principio de orientación al electorado sobre una forma de concebir el Estado. Y, a base de desnaturalizar sus esencias, Podemos está logrando ofrecer una confusa amalgama entre radicalismo y prudencia, entre moderación e izquierdismo. Cierto que ante la crisis actual de los partidos y los líderes españoles casi todo es un avance, y como un avance en la crítica al actual sistema, regido por algo que aún no me atrevo a llamar «casta», considero la irrupción de Podemos. Al menos, ha venido a sacudir la modorra de lo instalado. Pero ¿eso basta? Cierto que está canalizando el enorme descontento de los españoles hacia un modo tradicional de gobernarles, pero ¿hacia dónde, para qué, por dónde, esa canalización?
Creo, en todo caso, que hay que tomarse muy en serio a Podemos, independientemente de lo que vaya a ocurrir ante la realidad incontestable de las urnas. Por eso mismo, creo que hay que analizar cuidadosamente lo que dicen, lo que no dicen, lo que puede ser beneficioso para el país y lo que no dejan de ser algunos brindis al sol de «seamos realistas, pidamos lo imposible», como aquella frase inolvidable que hizo fortuna en el mayo del 68 francés y, luego, el 15-M de los indignados.
Mi mayor crítica a Podemos, si es que en esta neblina actual es posible esbozar alguna concreta, la sitúo en el terreno de la comunicación. La fobia contra los medios privados conecta directamente con los sentimientos que percibimos en algunos países latinoamericanos, concretamente de adscripción más o menos bolivariana. Me sorprendió, por ejemplo, que uno de los máximos dirigentes de Podemos, Juan Carlos Monedero, rechazase, en los pasillos de la asamblea del pasado sábado, atender a la colega de una cadena de televisión que, desde luego, se caracteriza por su hostilidad, a veces más allá de los límites de lo periodístico, hacia Podemos. Inmediatamente, se puso a responder a las preguntas de otros micrófonos más «amigables».¿Qué hubiésemos dicho si Rajoy se negase a contestar a la pregunta de un periódico que le es crítico, o si Pedro Sánchez hiciese lo mismo?
Creo que, en el camino hacia la transformación en una fuerza política todo lo novedosa que se quiera, pero incluida en los parámetros de lo que vienen siendo los usos y costumbres de una democracia occidental, los dirigentes de Podemos tienen que revisar urgentemente su comportamiento con los medios de comunicación, con todos los medios de comunicación, y no solamente con algunos, ignorando o minimizando a los demás. Luego, por supuesto, viene todo lo restante. Que es mucho.