El discurso de Felipe VI, más de lo mismo.


“Sueña el rey que es rey, y vive con este engaño, mandando, disponiendo y gobernando”. Todo es sueño frente a la muerte, pero mientras vivimos todos participamos de la misma obra teatral. Lo injusto es que el papel de protagonista sea adjudicado sin examen previo, sin saber, por tanto, si merecería ser candidato al Oscar por su interpretación en la farsa. Pero dejemos a Segismundo con sus cadenas y elucubraciones y vayamos al discurso del Rey.

Siempre digo que solo creo en los reyes y príncipes de los cuentos de hadas, que ensalzan lo más noble y excelso de la condición humana. Me gusta aludir al arquetipo, al modelo ejemplar. Pero la realidad es muy distinta, y así lo vemos en la historia de las monarquías, que pone de relieve lo más rastrero, delictivo e inhumano. Reconozco que en España es mucho más cómodo ser monárquico. Yo no lo soy, porque al ser demócrata creo en la igualdad de oportunidades, en el mérito y en la capacidad. La monarquía es más obsoleta, injusta e irracional que el limbo de los justos, ¡que ya es decir! Ojalá desaparezca esta verruga social, residual de otros tiempos. ¡Pero de manera pacífica y razonada!

Pero mientras tanto, vamos a seguir soñando imposibles y haciéndonos los tontos, alabando la belleza de las infantitas, los modelos de la reina consorte, la excelente preparación del príncipe, y la nueva etapa comenzada con la vieja savia borbónica –muchos dicen que griega, y añaden “a Dios gracias”—. Puestos a soñar, me gustaría que el Rey escribiera sus propios discursos. ¡Qué menos que oír el corazón de la máxima figura del Estado, descendiente, además, de los dioses! Pero no, el discurso sale de un gabinete del Gobierno. ¡Cómo se explica si no, el asombroso parecido entre las palabras de Felipe VI y las de Rajoy, Soraya o el portavoz! En cuanto al contenido, ninguna novedad. Había cierta expectación y morbo –por qué no decirlo— por ver si hacía alusión a su hermana Cristina, tras la decisión del juez Castro de sentarla en el banquillo, pero los expectantes tuvieron que conformarse con una condena de la corrupción “de raíz y sin contemplaciones”. Nada sobre la independencia de la justicia; nada sobre los funcionarios de la Agencia Tributaria obligados a admitir las facturas simuladas de su hermana. ¡Ay, ay, ay! Total, un contenido plagado de obviedades, como, por otro lado, era de esperar. Me gustaría saber de quién fue la idea de diseñar para él unos movimientos de manos tan poco naturales a pesar del ensayo previo. El lenguaje corporal de diseño, a la larga descubre su impostura. El príncipe parecía rey en lugar de príncipe – entiéndaseme el juego de palabras – y creo que eso no es positivo, por lo que tiene de pérdida de frescura.

Que nos olvidemos del pasado es una de las metas. La necesidad social de romper con Juan Carlos I justifica el mito de matar al padre. De hecho, es notorio que tiene mayor empatía con la reina. En el rompimiento escénico nos ha llamado la atención la ausencia del Misterio que solía acompañar al anterior monarca. Casi como reminiscencia tendente a desaparecer, una pequeñísima Sagrada Familia –había que fijarse mucho para verla—en una mesita auxiliar. ¿Era para no molestar al de Podemos o a Cayo Lara y Llamazares? Y como último de los símbolos, la bandera española. Sentí rabia y pena al ver nuestro emblema nacional tan lejos del Rey. ¿Era para no irritar a los nacionalistas/independentistas catalanes, a los que continuamente les hace guiños como si padeciera el síndrome de Estocolmo? Eso sí, no faltó una gran flor de Pascua y un modesto centrito de mesa con bolas, piñas y algo de verde. ¡Ah!, se me olvidaba preguntar a los técnicos qué ocurrió con el vídeo. En mi televisor, al menos, patinaba el audio.

Siento ser tan aguafiestas el día de Navidad y no enviarles palabras floridas rebozadas en baba sobre las bellas princesitas, lo educadísimas que son, lo que aguantan al sol, la belleza de doña Letizia con sus tacones y modelos, lo barata que nos sale la monarquía y otros comentarios cortesanos que oímos a diario. Esto no es motivo para que los monárquicos sectarios nos quieran enviar al club del Gran Wyoming y los progres de turno. ¡Las cosas no van por ahí!

No quiero que una pantomima de la feria de las vanidades, como es el discurso del Rey, eclipse la gran noticia que celebramos hoy: el nacimiento del Niño Dios. No importa si nació en Belén o en Judea; si fue un 25 de diciembre o esa fue la fecha adoptada por la Iglesia para cristianizar el día que los romanos celebraban la fiesta del Sol Invictus; tampoco es relevante si el censo de Quirino se produjo siete años después de su nacimiento y que, por tanto, no fue la causa del viaje de María y José; tampoco importa si los reyes eran magos o si ninguno era negro; o que no hubiera legiones romanas, sino simples funcionarios. Lo que realmente importa es el mensaje que nos dejó Jesús de Nazaret, un mensaje de amor que sigue vivo en el Evangelio: “Amaos los unos a los otros”. Esa es la clave de todo. El resto son muletas para ayudarnos a cumplirlo. ¡Qué renazca en nuestros corazones en estas Fiestas! Os deseo a todos una muy FELIZ NAVIDAD.

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Por Magdalena del Amo
Periodista y escritora, pertenece al Foro de Comunicadores Católicos.
Directora y presentadora de La Bitácora, de Popular TV
Directora de Ourense siglo XXI
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Autor

Magdalena del Amo

Periodista, escritora y editora, especialista en el Nuevo Orden Mundial y en la “Ideología de género”. En la actualidad es directora de La Regla de Oro Ediciones.

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