Siete días trepidantes – Las vacaciones del Rey y de Rajoy.


MADRID, 27 (OTR/PRESS)

Parecen lanzados, no sé si tácita o explícitamente de acuerdo, tanto Felipe VI como Mariano Rajoy a una tarea de ilusionar a los españoles por el país que tienen. Un gran país, sin duda, que no merece la desafección de una parte importante de sus habitantes. De manera más equilibrada el Rey, que se acordó de los que sufren en esta economía en alza en las macromagnitudes. De forma absolutamente acrítica Rajoy, para quien, según su rueda de prensa del pasado viernes, los españoles vivimos en el mejor de los mundos. Y con eso, se marcharon, como muchos de sus compatriotas, a gozar de unas breves y no diré yo que inmerecidas vacaciones.
Sospecho que ambos saben que España vive un momento delicado no tanto por cuestiones mensurables y objetivas cuanto por otros factores que no hay forma de medir: el desencanto con un estado de cosas y con una clase política, la desconfianza hacia sus representantes y hacia las instituciones… Eso, en suma, que se podría traducir, para simplificar, en el apoyo acrítico a una formación que, como Podemos, resulta evanescente. ¿Cómo explicar esa maciza intención de voto que el Euskobarómetro muestra hacia el partido que lidera Pablo Iglesias cuando Podemos no tiene un programa ni un representante reconocido en el País Vasco? Se lo pregunté al director del Euskobarómetro, Francisco Llera: él tampoco se lo explicaba. Y lo mismo cabe decir de Cataluña, de Andalucía, de las castillas, de la Comunidad Valenciana…
Hay que analizar con cuidado el fenómeno Podemos, que no es algo que, contra lo que dice el secretario general socialista, Pedro Sánchez, ya haya tocado techo así, sin más. Personalmente, confieso que me aterraría tenerlos en el Gobierno de la nación, o incluso en el de mi ciudad. Pero compruebo con interés que las huestes -si es que existen- de Pablo Iglesias se han convertido en un quebradero de cabeza para los nacionalistas y secesionistas vascos y catalanes: la gente empieza a preferir a esa formación extraña, que significa una patada en las espinillas -vamos a dejarlo así_de lo establecido, incluyendo el secesionismo sin más, que a los clásicos del separatismo. Mucha atención a este fenómeno, evidenciado, para lo que valga, en el Euskobarómetro y en recientes sondeos efectuados en Cataluña.
Por lo demás, no me parece razonable que, tanto el Rey, a quien posiblemente no le correspondía hacerlo en su mensaje de Navidad, como Rajoy, que se esforzó en no pronunciar siquiera la palabra en su rueda de prensa última del año, obviasen citar siquiera a Podemos. Como pretendiendo que así no exista esta evidencia de que los tiempos cambian, de que hay mucha gente harta que dice que votará a esta formación solamente para fastidiar a los «acomodados». Algo más habrá que hacer que obviar la evidencia, aunque cunda la sensación de que esa evidencia, ahora llamada Podemos, tendría, en buena lógica, que adquirir unas dimensiones acordes con lo que son y con lo que no son. La opinión pública es una veleta, de acuerdo; pero instalarse, como hizo Rajoy, en las bondades de un bipartidismo que, simplemente, ya no existe, significa un peligroso ninguneo de esa opinión pública. Y no, yo tampoco creo en las encuestas como si fuesen las tablas de la ley; pero algo, sin duda, sí nos están indicando.
Ya digo que me parece quizá incluso acertado que el jefe del Estado y el del Gobierno traten, de consuno aunque en distintos términos, de poner el acento en las fortalezas y no en las debilidades de esta gran nación llamada España. Pero no podemos obviar que algunos quieren desertar no tanto del Estado como del estado de cosas actual. A mí, lo confieso, tampoco me gusta este estado de cosas, aunque reitero mi aprensión ante fórmulas nuevas, no testadas y en las que faltan elementos clave, como un programa integrador -Podemos es lo contrario: tiende a poner etiquetas de «casta» a cuanto no se mueve a su son–, unos dirigentes enraizados con la ciudadanía y un mensaje nuevo, sí, pero conciliador.
Lo que ocurre es que la estrategia de resaltar los valores patrios puede estar bien, pero la táctica de creer que con eso basta, no. Ya digo que, dentro de mi admiración por Felipe VI, eché de menos algo más de arrojo en su por otra parte buen mensaje. Y, respetando como respeto, aunque críticamente, a Rajoy, que pienso que, de momento, sigue siendo lo más sólido que tenemos, no he podido sino deplorar las evidentes carencias de su acción política. De su acción en general, si se me permite. Así, creo, no se llenan los huecos producidos por el desgaste de tantos años de abusos y desplantes a la ciudadanía. Y ya se sabe que, cuando hay huecos, alguien o algo viene siempre a llenarlos, sin que podamos controlar nunca del todo ese fenómeno. Y menos, tratando de mirar hacia otro lado, como si así fuese a desaparecer lo que no nos gusta.

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA

Lo más leído