Antonio Casado – La pista griega.


MADRID, 1 (OTR/PRESS)

Es interesada nuestra mirada a Grecia en vísperas de su cita electoral del 25 de enero. Como en España, el partido de los indignados, que allí se llama Syriza y aquí Podemos, suscita sentimientos encontrados entre el miedo y la esperanza de los votantes. Y lo mismo que Pablo Iglesias en España, Alexis Tsipras en Grecia se queja de estar sufriendo una campaña del miedo. Bueno, también cuenta con la esperanza de quienes le votarán por ver si salen de pobres, sacrificados y víctimas de la austeridad decretada por Bruselas.
Más o menos como en España, aunque aquí el riesgo es mucho menor, por no decir inexistente: básicamente, salida del euro por pérdida de confianza en el ámbito europeo. El proverbial caos administrativo, financiero y presupuestario de Grecia no existe en España. Tampoco son comparables los respectivos niveles de indignación social.
De acuerdo, pero la dinámica del grupo emergente que canaliza el malestar de los ciudadanos es más o menos la misma: un nuevo partido político que arremete contra el viejo orden y trata de pisar moqueta con un programa populista de inciertos resultados. Por eso nos interesa tanto a los españoles saber cómo les irá a los griegos con Syriza antes de acudir a nuestras urnas municipales y autonómicas de mayo.
En todo caso, dudo mucho de que sea beneficioso para Pablo Iglesias cantar antes de tiempo la victoria de su amigo Tsipras en Grecia como anticipo de la suya en España. Yo que tú no lo haría, forastero, porque si Syriza cumple lo prometido para sacudirse el merkeliano yugo de la UE y el FMI, la cotización electoral de Podemos puede desplomarse. Pocas posibilidades tendría ya de influir en la política nacional si su amigo Tsipras acaba creando un Estado gamberro que no paga sus deudas y opta por la autarquía. Sería una vacuna de los electores españoles para frenar el por ahora irresistible ascenso de Podemos en las sondeos electorales y volver a poner sus ojos -o sea, sus votos-, en lo malo conocido.
El propio Pablo Iglesias reconocía en un reciente artículo de Prensa las dificultades de aplicar su programa máximo, muy similar al de Tsipras, en una democracia convencional cuyas reglas del juego permiten ganar unas elecciones pero no tener el poder. Viene a decir que en esas condiciones, es muy pequeño el margen de maniobra para que el poder ciudadano se imponga sobre la oligarquía dominante (la «casta», diría él).
Esa formulación del líder de Podemos no deja de ser inquietante. Parece insinuar que las reglas de la democracia, que es un sistema dotado de controles y contrapesos (leyes, parcelas de poder representativo ocupadas por otros partidos, juego de mayorías y minorías, alianzas, pactos, etc) son en realidad un engorro. ¿Acaso sueña Iglesias con obtener en las urnas una mayoría absoluta como paso previo al ejercicio del poder absoluto? Preguntas como esta son las que muchos se hacen mientras miran hacia Grecia por tener más pistas antes de responder.

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