Isaías Lafuente – Yo no soy Charlie, pero…


MADRID, 14 (OTR/PRESS)

La salida del número de Charlie Hebdo en homenaje a sus compañeros asesinados la semana pasada es una prueba de fortaleza personal y toda una declaración de principios. Insisten en caricaturizar a Mahoma, lo presentan consternado por los crímenes y solidarizado con sus víctimas y afirman en el texto principal que «todo está perdonado», enarbolando una bandera alejada de cualquier sombra de venganza y recogiendo, no sé si a sabiendas, el espíritu de algunas suras del Corán que presentan a Alá como un Dios compasivo, que todo lo perdona, algo que deben desconocer los terroristas yihadistas.
Hace diez años, cuando el diario danés Jyllands Posten publicó las caricaturas de Mahoma que suscitaron la reacción feroz del integrismo musulmán, Europa se puso a debatir sobre los límites del humor. En 2008, el CIS preguntó a los ciudadanos españoles y el 55% creía que el humor tenía límites y consideraba inaceptable hacer chistes con los símbolos religiosos. No sabemos si las cosas habrán cambiado desde entonces, pero ante la barbaridad de los asesinatos de París ese debate hoy se ha orillado. Tres millones de ciudadanos franceses -muchos españoles lo han intentado también aquí- se han lanzado a comprar una revista cuya difusión normal es de 60.000 ejemplares. También es una declaración de principios. La inmensa mayoría de ellos nunca leyó ni volverán a comprar la revista y muchos de ellos quizás discrepen de la orientación de su ácido humor o consideren, como aquellos ciudadanos encuestados por el CIS, que hay cosas con las que el humor no puede jugar, pero con su gesto, como el de los millones de ciudadanos que se manifestaron en las calles de París al grito de «Je suis Charlie», proclaman que si los límites del humor son discutibles el rechazo de la barbarie no tiene ninguna discusión.
En mi opinión, en una democracia el humor no tiene límites, porque cuando desde una viñeta se hace apología del terror, de la homofobia, de la xenofobia, del antisemitismo o de la islamofobia, el delito es la apología, no el pretendido humor sobre el que se sustenta, como cuando un periodista o un político mienten sencillamente no están haciendo ni política ni periodismo. Si bajamos el listón y los caricaturistas se autocensuran por no herir sensibilidades, acabaremos directamente con el humor. En cualquier caso, son las leyes y los tribunales quienes han de establecer las reglas del juego no un par de individuos armados matando en nombre de Alá y su profeta.

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