Fernando Jáuregui – Perder Madrid


MADRID, 11 (OTR/PRESS)

Puede que el estallido del «affaire Tomás Gómez» signifique para el PSOE algo más que perder Madrid. Que, obviamente, en Ferraz (para no hablar de la sede del socialismo madrileño de la Gran Vía) ya lo dan por perdido. No solo porque Tomás Gómez haya sido obligado a tirar la toalla -que vamos a ver en qué queda todo eso–, sino porque, apenas veinticuatro horas antes, el candidato socialista al Ayuntamiento de Madrid, Antonio Carmona, puso, ante doce cámaras de televisión y trescientas personas, las dos manos en el fuego por la honorabilidad de Sánchez -adhesión que reiteró este miércoles–. Ha unido así el muy estimable Carmona su destino a quien ya salía como perdedor, o sea, el (¿hasta ahora?) secretario general de Madrid y candidato a la presidencia de la Comunidad, Tomás Gómez.
Lo peor del todo no es la catástrofe total ante una «batalla de Madrid» que adquiere cada día perfiles más surrealistas para todos los partidos. Lo peor son las descalificaciones que, en rueda de prensa, Gómez acumuló contra el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez. Quien horas antes había telefoneado al secretario general del PSM, que se hallaba en situación casi desesperada, para pedirle que «diese un paso atrás» y no se presentase como candidato a la presidencia de la Comunidad de Madrid a la vista de las informaciones que se acumulan contra él como consecuencia de su gestión como alcalde de Parla. Gómez, ante el silencio parece que aquiescente de Carmona, colocado a su lado con rostro más que serio y preocupado, acusó a Sánchez de estar en connivencia con una maniobra «antidemocrática» «de la derecha», dijo que no piensa marcharse y amenazó con ir a los tribunales si Pedro Sánchez no rectifica. Una rebelión en toda regla por parte de quien ostenta(¿ba?) la máxima representación del socialismo madrileño.
Maremoto. Y muchos silencios en las primeras horas, especialmente el de la presidenta andaluza, Susana Díaz, parece que cada día más alejada del líder al que ella mismo ayudó a ascender, vía votación interna, al puesto. Muchas voces, soterradamente, se apresuraron a resaltar la voluntad regeneracionista de un Sánchez que no ha dudado en apartar, costase lo que costase, a alguien tan cuestionado como Tomás Gómez, que venía desarrollando, para colmo, una desastrosa política de comunicación.
Y ahora ¿qué? Cuando escribo este comentario de urgencia solo puede decirse que las espadas están levantadas en una de las más importantes federaciones socialistas, la siempre inestable madrileña. Y, desde luego, no son necesarias encuestas para garantizar que este episodio, largamente barruntado por muchos, es lo que peor le puede venir a un PSOE que se halla a poco más de un mes de las elecciones andaluzas y a poco más de noventa días de las municipales y autonómicas, que cada vez se configuran como más importantes. Nada hay que el electorado castigue con mayor rigor que las guerras internas de los partidos.
Buena noticia, sin duda, para el Partido Popular, que aún ni siquiera ha oficializado a sus candidatos por Madrid: empieza a ser casi irrelevante a quién coloque Rajoy -perdón, el comité electoral_ como aspirante a la Comunidad (quizá un Ignacio González que no acaba, por muchas razones, de convencer) y a la alcaldía de la Villa y Corte (acaso, como mal menor, a la imprevisible Esperanza Aguirre).
Mala noticia, en todo caso, para la conciencia ciudadana de que hay que introducir nuevas formas en la política, se trate del partido de que se trate. Luego algunos se extrañan de que asciendan en el aprecio ciudadano formaciones que aún no tienen ni programa ni líderes claros. Ni muchas cosas claras. Lo único que está claro, a mi entender, es que el espectáculo que se da en Madrid resulta poco edificante para el resto de España, incluyendo a esa Cataluña de clase política en parte podrida que va, ahora, a encontrar nuevas formas de ataque para justificar su alejamiento «de la capital centralista», donde (también) huele a podrido.

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