La semana política que empieza – El bisagrista.


MADRID, 15 (OTR/PRESS)

Ni él, por supuesto, porque está fuera de los límites de la contienda, ni tampoco su representante en Andalucía, que se llama Juan Marín y a quien casi nadie conoce, participarán este lunes en el debate televisado entre los candidatos a presidir la Junta andaluza tras las elecciones del domingo 22. Tampoco participarán, desde luego, Pablo Iglesias, que no está directamente en la «melèe», ni su cabeza de cartel ante las elecciones andaluzas, Teresa Rodríguez. Así que el debate de este lunes por la noche, el último antes de la jornada electoral, queda limitado a Susana Díaz, la candidata del PSOE, a Juan Manuel Moreno, del PP, y Antonio Maillo, de IU, un candidato este último a quien las encuestas sitúan muy por detrás de los «ausentes», o sea, del partido del «bisagrista» y de Podemos.
El «bisagrista» es, por supuesto, Albert Rivera, el líder de Ciudadanos, «Ciutadans», según dicen ¡todavía! algunos oradores andaluces y extremeños del PP, pretendiendo, increíble pero cierto, desprestigiarle por ser catalán. Da miedo a los «populares» este partido sin cuadros, sin más dirigentes conocidos que el propio Rivera y un par de economistas que vienen de otros sitios. Tanto miedo que fue el propio Rajoy, en un mítin andaluz el sábado, quien contribuyó a forjar la leyenda advirtiendo a pleno pulmón contra «los bisagristas», o sea, contra Rivera. Yo mismo tuve ocasión de preguntar hace tres semanas en una televisión al líder de Ciudadanos por su condición de posible «bisagra» para facilitar la formación de un Gobierno estable a escala nacional -y, por qué no, a escala andaluza, pactando bien con Díaz, bien con Moreno- y saqué la impresión inequívoca de que hasta la pregunta le molestaba: «no tengo vocación de bisagra», se limitó a responderme, más seco que de costumbre.
Sin embargo, en sus intervenciones en la campaña andaluza, Rivera ya anda sugiriendo pactos. Sobre todo, con la socialista Susana Díaz, que se alza, a siete días de la concurrencia a las urnas, como la persona más probable para presidir (seguir presidiendo, en su caso) la Comunidad más importante de España, el granero de votos para el PSOE (y para cualquiera) y la región que acumula el mayor número de récords, incluyendo el de parados. Ya ha advertido Rivera a Díaz, un tanto retóricamente, me parece, que no pactará con ella si sigue manteniendo en sus filas a imputados: pues naturalmente que no habrá imputados en las listas socialistas al Parlamento andaluz. Y, en cuanto a meter a Chaves y Griñán en el mismo saco que a Bárcenas, la verdad es que me resulta una demasía del habitualmente sosegado Don Albert. Claro que en los mítines ya se sabe que se admiten cosas que pueden no ser de recibo, y ni siquiera ciertas.
Rivera es, en fin, un mimado de las encuestas. Como lo fueron la IU que ahora anda a la greña, la UPyD de la ahora en baja doña Rosa Díez y el Podemos de Iglesias que parece empezar a estancarse, si es que no a iniciar su descenso. Creo que el líder de Ciudadanos es persona de mérito, que tiene afán regeneracionista sin asustar a nadie, y que no tiene vocación de llave, sino de inquilino «a futuris» de La Moncloa, algo que podría, por qué no, llegar a ocurrir*cuando Ciudadanos sea un partido forjado, algo que no se logra en un año. Hoy por hoy, su candidato andaluz carece de expectativa alguna de residir en San Telmo. Y ni siquiera cuenta con candidatos medianamente conocidos para esas treinta localidades importantes madrileñas en las que, según algunos estudios, podría Ciudadanos llegar a las alcaldías mediante los oportunos, o inoportunos, pactos. Como el que en 1989 llevó a Agustín Rodríguez Sahagún, del CDS suarista -lo traigo aquí ahora, cuando se cumple un año de la muerte de Suárez y del CDS no queda sino un amargo recuerdo–, a la alcaldía de Madrid, siendo apenas la tercera fuerza más votada. De hecho, el sesenta por ciento de los municipios españoles estará gobernado a partir de junio, dicen los especialistas, por alguna suerte de coalición, una vez que se desechó la solución de que el alcalde fuese el cabeza de la lista más votada.
O sea, que estamos en la era de los pactos, aunque Susana Díaz bien podría gobernar en solitario, con tal de que, siguiendo la teoría danesa -se habla mucho de Dinamarca estos días, sobre todo en Andalucía–, los demás no formen mayoría en su contra. Y, hoy por hoy, los números de esa mayoría a la contra no me salen, y las voluntades de pactar en un «totum revolutum», todos contra uno, un nuevo pacto del Tinell a la inversa, tampoco me salen. Así que Díaz, que es política de raza, tendrá que elegir, mirando, más que a San Telmo, al futuro de las elecciones generales de diciembre (en las que el gladiador frente a ¿Rajoy? será, sin duda, Pedro Sánchez, y no ella), si pacta ahora o no pacta. Y, en caso de pactar, si lo hace con Ciudadanos, con Podemos*o con el propio PP. O con todos. Yo creo que, más bien, intentará hacerlo con nadie.
Porque, de momento, la política se sigue haciendo a la vieja usanza. Por ejemplo, con debates a tres, cuando las encuestas -y la realidad, que no siempre pasa por las encuestas– hablan de cinco. O sea, que, si se llega algún día, Dios lo quiera, a algún gran-gran pacto, lo primero que habrá que reformar es esta absurda normativa electoral española, tan injusta por muchos motivos, que tantos vuelcos y sobresaltos produce antes de la galopada a las urnas, para luego demostrar que solamente muy poco cambia para que todo siga básicamente igual. O, como en la cita del Gatopardo, adaptada por mi gran amigo y magnífico poeta Manuel Juliá, el 23 de marzo todo será igual, pese a que todo -o sea, casi nada- habrá cambiado. Parece complicado, pero es muy sencillo, ¿verdad?

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